Sermón de la Montaña (8): Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos
1. Dichosos los perseguidos
Jesús es sincero y veraz, no engaña ni enmascara sus promesas de felicidad ocultando la verdad. Y la verdad que él propone podría parecer, una vez más, pa-radójica. Pues, ¿cómo puede uno ser feliz si sufre persecución por causa de la justicia? ¿Es compatible el sufrimiento con la felicidad?
Otros, vendedores de palabras o embaucadores con sus promesas, intentarán ganar adeptos halagando y pintando todo de color rosa. Jesús, no.
Porque es otra la felicidad que él promete y regala. Porque la persecución de los justos y el sufrimiento que conlleva serán señal de fidelidad gozosa e inquebran-table. Porque el amor, fuente de felicidad, y el dolor van estrechamente unidos. Pregúntaselo, si no, a una madre. Y si eres madre, lo habrás comprobado en carne propia.
Esta octava bienaventuranza viene a decir que, si observas y cumples fielmente las anteriores, poseerás la dicha completa. Pero viene a decir también que no te quedará fácil ni cómodo llevarla a la práctica.
En este camino el cansancio se adueñará de ti en ocasiones, o el desánimo podrá contigo en muchos momentos, algunos no comprenderán tu opción de vida, y no faltará quien te “persiga” o se burle de ti.
2. Fiel en la persecución
No sufrirás, quizá, una persecución física con torturas y tormentos que podrían llevarte a la muerte, como ha ocurrido con tantos mártires que en la Iglesia han sido y siguen siéndolo en muchas partes del mundo. Esta clase de persecución y el martirio se producirán siempre, hasta el final.
Es otra la persecución que podrás sufrir por ser fiel a Cristo. Si, por cobardía, cedes ante ella y eres infiel, será porque tu fe es débil y nada firme. O porque tu vida de piedad es superficial y poco consistente. Oye a san Agustín: “Si todavía no padeces alguna persecución por Cristo – dice Agustín -, ve que aún no has comenzado a vivir piadosamente en Cristo” (En. in ps. 55, 4).
Si eres fiel y perseveras, sufrirás otra clase de persecuciones, no violentas, pero sí molestas y mortificantes. Se reirán de ti quizás, se burlarán de tus creencias y de tu vida de creyente, te marginarán en ocasiones o te mirarán con recelo, no comprenderán tu comportamiento, te tendrán lástima, te atacarán porque de-fiendes los valores del evangelio que ellos no aceptan ni comprenden.
Algo de esto sucedía en tiempo de Agustín; por eso, él, decía a sus fieles en uno de sus sermones: “He dicho que el mundo presenta una doble batalla contra los soldados de Cristo: los halaga para seducirlos y los aterroriza para quebrantar su resistencia” (Serm. 276, 2).
Y decía también en otro sermón: “Que nadie busque excusas; todos los tiempos están abiertos para el martirio. ¿Acaso porque cesó la persecución por parte de los reyes terrenos, ya no ataca el diablo?” (Serm. 94 A, 2).
La persecución es algo intrínseco al ser cristiano. Ya lo advirtió Jesús: “Si a mí me han perseguido, os perseguirán también a vosotros… y también vosotros daréis testimonio” (Jn 15, 20.27). Recuerda que la palabra testigo quiere decir mártir.
Pero repito que no siempre la persecución revestirá la forma del martirio. Sufrirás con la Iglesia cuando ella sea atacada, ridiculizada, marginada, incomprendida. Quizás vives en un país en el que la laicidad no es tal, sino laicismo agresivo en materia de educación, familia, libertad religiosa, la vida misma. Un laicismo que pretende arrinconar a la Iglesia en la sacristía o mandarla al sector de lo privado, bajo pretexto de que la religión debe ser algo íntimo, "de puertas para adentro".
Y se podrá producir también una persecución más sutil: cuando no se cuenta con los creyentes para nada por ser creyentes, cuando se ensalza la libertad sin límites en lo relativo al placer, el poder y el tener, cuando el relativismo se erige como el nuevo dios que rige el comportamiento de la sociedad…
3. Como Cristo
Cristo fue perseguido: Sufrió rechazo, menosprecios, calumnias, acusaciones falsas, tortura y muerte ignominiosa en una cruz. Desde que nació hasta su muerte: No hubo lugar para su familia en Belén, fue perseguido por Herodes, huyó con su familia a Egipto, murieron los niños inocentes por su causa, fue incomprendido en su pueblo, rechazado por los mandamás de su país, detestado por predicar un mensaje de amor y salvación, considerado pecador, apresado como un facineroso, humillado y azotado, crucificado y muerto como un malhechor más.
Y, a pesar de todo, él mismo se refiere a todo ello como su glorificación: “Jesús les respondió: Ha llegado la hora en que va a ser glorificado el hijo del hombre” (Jn 12, 23).
De la misma manera, “todos los que quieran vivir religiosamente como cristianos, su-frirán persecuciones” (2 Tim 3, 12). La persecución por la causa de Jesús es señal y prueba de seguimiento fiel y acabará en gloria. Si te persiguen por tu vida de fe, “tuyo será el reino de los cielos”.
4. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia
La justicia viene a significar la causa de Jesús. La justicia es también tu vida coherente con el evangelio, tu vida de fe, “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14,17). Y lo recuerda tam-bién san Pablo en la carta a los Efesios: “Revestíos del hombre nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad verdadera” (Ef 4, 24).
Podrás ser dichoso si sufres por causa de Jesús, por el evangelio o simplemente por ser creyente. Serás dichoso si, pase lo que pase, te mantienes fiel a Cristo y firme en tu fe.
Para seguir a Cristo tendrás que cargar la cruz con él. Será para ti un camino de sufrimiento y de gozo, de amor y empeño continuo, de fidelidad en las pruebas. Seguir a Cristo es, para ti y para todos, lo único importante, lo único necesario. Con él llegarás también a tu glorificación.
Seguir a Cristo de esta manera, con amor sacrificado, no te quedará fácil, pero sí te proporcionará mayor plenitud y más felicidad. La felicidad de saber que eres fiel; la felicidad que da la certeza de estar haciendo el bien y de estar actuando con rectitud; la felicidad de que estás siguiendo de cerca los pasos del Maestro, aunque lleves la cruz.
5. Será también tu glorificación
Pero ésta no es la única recompensa. Jesús mismo prometió el Reino de los Cielos a los que sufrieran persecución por su causa. Él está sentado a la derecha del Padre después de haber sido perseguido, maltratado y asesinado. Tras ofrecer su vida por todos nosotros ha sido glorificado y reina para siempre. Por tanto, estemos dispuestos a declararnos por Cristo ante los hombres y así Él se declarará por nosotros ante el Padre (cf. Mt 10, 32).
Así lo hicieron los mártires de todos los tiempos. Nadie les podía arrebatar el gozo que sentían en medio de tanto sufrimiento por ser testigos de Jesús. Ahora, después de su persecución, es de ellos el reino de los cielos. He aquí el testimonio de san Agustín: “Los mártires eran sufridos en la tribulación, porque se alegraban en la esperanza” (En. in ps. 127, 5). “¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y han recibido el honor” (Serm. 329, 2).
“¿Qué dice el apóstol?: Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución. Ved que los justos no pueden vivir aquí sin persecución, puesto que los días son malos. Quienes viven entre malos, sufren persecución. Todos los malos persiguen a los buenos, no con la espada o piedras, sino con la vida y las costumbres…
Quienquiera que seas tú que me escuchas, si aún no vives piadosa-mente en Cristo, comienza a hacerlo y experimentarás lo que digo” (Serm. 167, 2)
7. Ora
Contempla a Jesús inocente en su camino de cruz hasta la muerte injusta.
Prométele fidelidad, pase lo que pase
Pídele el don de la fortaleza para asumir el riesgo de vivir y testimoniar tu fe siempre y en todo.
Medita sobre el contenido de esta “bienaventuranza”.
Oración final
Tú, Señor, eres mi refugio y el sostén de mi esperanza. Estoy convencido de que por medio de los malvados me pruebas y me afliges, y lo haces así para que pueda merecer la herencia eterna. Así también me procuras la ventaja de ejercitar mi amor, que tú quieres que se extienda hasta mis enemigos.
No, no será perfecta mi caridad hasta tanto que no procure el bien y se le pro-porcione al que me ha hecho mal, y hasta que no ruegue por el que me persigue. Amén San Agustín
Palabras para el Camino
38. Págs.241-246
P. Teodoro Baztán Basterra
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