miércoles, octubre 28, 2015

Sermón de la Montaña (4)

Dichosos los que tienen  hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados

(Mateo 5, 6)

1.   Hambre y sed de la justicia
       No podía quedar al margen de las bienaventuranzas el tema de la justicia. Dios creó el mundo  para que todos, hombres y mujeres, pudieran vivir con dignidad. Ese era y es el plan de Dios. Pero el hombre ha ido acaparando desde el principio para sí el uso de la tierra y sus recursos. Al acaparar, excluía a otros y los empobrecía. Y la injusticia se implantó en el mundo y sigue dominando sobre él.
El hombre, así empobrecido, tiene hambre de pan; tiene hambre y sed de justicia. Y Dios, que es el Justo, calmará esa sed y saciará su hambre. Ha comprometido su palabra a todo lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento.
     Dios condena la injusticia en sus distintas modalidades: la usura (Am 5,11), el acaparamiento de tierras (Miq. 2, 1-2), la usurpación de las viviendas (Is. 5, 8), el saqueo (Is. 3, 14), el comercio fraudulento (Am. 8, 5-7), la denegación del salario justo (Jer. 22, 13). 
     Pero Dios “acepta al que le es fiel y practica la justicia, sea de la nación que sea” (He 10, 35). Y el que así es fiel, es hermoso a los ojos de Dios,  puesto que ha ‘ajustado’ su vida a la de él. Por eso Agustín ve una íntima y clara relación entre justicia y belleza: “Es la justicia una cierta belleza del alma que hace a los hombres hermosos, aunque sus cuerpos sean deformes” (De Trin. 8, 6, 9).

2.    Algunas palabras de Jesús
      En el Nuevo Testamento se habla de la justicia en un sentido más amplio. La justicia, en boca de Jesús, se identifica, sobre todo, con la santidad de vida. Coincide con el cumplimiento de la voluntad divina. En el cántico de Zacarías se nos invita a servirle “con santidad y justicia todos nuestros días” (Lc. 1, 75). 
     Esta justicia anima o impregna toda clase de relaciones humanas, pero, sobre todo, el  “ajustamiento” – valga la palabra – de la vida del hombre a la voluntad de Dios. 
      En el mismo sermón del monte dice Jesús a sus discípulos: "Si vuestra justicia no supera a la de los escribas  y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 5,20). "Guardaos de practicar vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otro modo, no tendréis mérito delante de vuestro Padre celestial" (Mt 6,1). Y antes, cuando Juan Bautista se resistía a bautizarle, le dice: “¡Déjame ahora, pues conviene que se cumpla así toda justicia!" (Mt 3, 15). 
      No excluye Jesús la justicia humana. Todo lo contrario; la engloba en un sentido más amplio y profundo y la exige: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe! Hay que hacer una cosa sin descuidar la otra” (Mt 23,23).

3.   Exámen sobre la justicia
     A la luz de todo lo anterior es “justo” y necesario que te preguntes sobre tu justicia. Es decir, cómo son tus relaciones con los demás y con Dios. 
     Por ejemplo: ¿Sueles negar a los otros lo que exiges para ti mismo? ¿Discriminas a alguien por razón de su procedencia, religión, cultura y status económico? ¿En ocasiones te buscas sólo a ti mismo, cerrándote a las necesidades del hermanos? ¿Te quejas de las injusticias cuando las comenten otros, y te disculpas o inhibes cuando eres tú el injusto? ¿Cooperas con aquellos organismos, instituciones, personas, etc., que trabajan en la defensa de los derechos humanos? 
     La voluntad de Dios es que seas santo. “Pues así lo dice la Escritura: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pe 1, 16). Ahora bien, ¿en qué no se “ajusta” tu vida a la voluntad de Dios? ¿Cómo es tu relación con Dios?: ¿pides pero no das, te quejas pero no agradeces, o pides que él haga tu voluntad y no la suya? ¿O piensas, más bien, que la santidad está reservada a unos pocos? Mira lo que dice la Sda. Escr-tura:“Revestíos del hombre nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad verdadera” (Ef 4, 24).)
    La causa de toda injusticia es el pecado de egoísmo, ambición o codicia. ¿Qué es lo que ambicionas y, por eso mismo, empobreces a otros? ¿Qué acaparas con exclusión del hermano? ¿El prójimo, todo prójimo, es un medio para encontrarte con Dios o un estorbo? 

4.    Quedarán saciados
     Si tienes hambre y sed de justicia y, además, luchas para que se cumpla en ti y, en lo que de ti dependa, en el mundo, quedarás saciado. Te lo dice el mismo Jesús: "Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia;  lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,33). 
     Y serás dichoso, no por la posesión y goce de las cosas de la tierra, sino porque el reino de Dios ya está en ti: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14, 17). Y serás plenamente dichoso cuando estés en el reino de Dios para siempre: “Según su promesa, nosotros esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que reinará la justicia” (2 Pe 3,13)
     Quedarás saciado porque no hambreas sólo la justicia legal, sino la justicia misericordiosa, la justicia que brota de la fe y el amor, y no sólo de las leyes y los jueces. Y al hambrear de esta forma, Dios derrama sobre ti todo un torrente de gracia, fe y amor, para que tú des a otros lo que de Dios has recibido. 
    Serás dichoso porque serás recompensado con la justicia divina que sobrepasa toda justicia humana.
     Quedarás saciado porque estás construyendo un mundo más humano, más digno, más acorde con la justicia divina, que es la santidad del mismo Dios.
     Todo lo anterior lo expresa san Agustín de esta manera: “Está claro que es propio de los hombres mortales tener hambre y sed de la justicia, así como estar repletos de la justicia es propio de la otra vida. De este pan, de este alimento están repletos los ángeles; en cambio, los hombres, mientras tienen hambre, se ensanchan; mientras se ensanchan, son dilatados; mientras son dilatados, se hacen capaces; y, hechos capaces, en su momento serán repletos” (De ut. ie. 1, 1)

5.    Jesús vino a implantar su reino entre nosotros 
       Su reino es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Lo profetizó así Isaías: “Éste es mi siervo, mi elegido, mi amado, la alegría de mi alma; pondré mi espíritu sobre él para que anuncie la  justicia a las naciones” (Is 42, 1-4; Mt 12, 18).
      Pero este reino se implantará en la medida en que tú seas justo contigo y con los demás. Y en la medida en que ajustes tu vida a la santidad de Dios. 
      El Señor cuenta contigo para eliminar en ti y en tu entorno el pecado del egoísmo, la avaricia, la prepotencia y la codicia, causa y origen de todas las injusticias que hay en el mundo. 
      Serás mediación de Dios mostrando al mundo su santidad, si comunicas su amor, si acoges al pecador y le brindas perdón, si cooperas en la construcción de una sociedad más justa, si dejas que Dios actúe en ti y, por ti, en quienes viven en tu entorno.
      San Agustín te invita a pedir al Señor su justicia: “Si quieres poseer la justicia, sé mendigo de Dios” (Serm.  61,4). Y Dios te la concederá, según palabras del mismo Jesús: “¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer esperar?” (Lc 18,7).

6.    Palabras de Agustín
     “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Ansías saciarte. ¿Con qué? Si es la carne la que desea saciarse, una vez hecha la digestión, aunque hayas comido lo suficiente, volverás a sentir hambre. Y quien bebiere, dijo Jesús, de esta agua, volverá a sentir sed…  Pasada la hartura, vuelve el hambre. 
     Día a día se aplica el remedio de la saciedad, pero no sana la herida de la debilidad. Sintamos, pues, hambre y sed de justicia, para ser saturados por ella, de la que ahora estamos hambrientos y se-dientos…
     Sienta hambre y sed nuestro hombre interior, pues también él tiene su alimentos y su bebida” (Serm. 53, 4).

7.    Ora
      Pide al Espíritu su luz para conocerte interiormente y poder ver en qué se ajusta o no tu vida a la santidad de Dios.
     Pídele también que te haga ver los muchos momentos en que no eres justo en tus relaciones con los demás.
      Comprométete a trabajar para mejorar tu relación con los otros, creyentes o no.
     Agradece al Señor que te invita a ser santo, como él es santo, y porque te pro-porciona los medios para serlo.
Oración final  A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina tu oído y sálvame. Sé tú la roca de mi refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú. Dios mío, no te quedes a distancia; Diosmío ven aprisa a socorrerme Amén. Salmo 71 (70)
Tomado de: Palabras para el Camino, 34 Págs.216-221
P. Teodoro Baztán Basterra 


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