viernes, octubre 30, 2015

Enfermedad del hijo y oraciones de la madre

Aquí fui yo recibido con el azote de una enfermedad corporal, que estuvo a punto de mandarme al sepulcro, cargado con todas las maldades que había cometido contra ti, contra mí y contra el prójimo, a más del pecado original, en el que todos morimos en Adán (1Co, 15,22). Porque todavía no me habías perdonado ninguno de ellos en Cristo, ni éste había deshecho en su cruz las enemistades (Ef. 2, 16) que había contraído contigo con mis pecados. ¿Y cómo iba a deshacerlos aquel fantasma que colgaba de la cruz, tal como yo creía en él? Porque tan verdadera era la muerte de mi alma como falsa me parecía a mí la muerte de su carne, y tan verdadera la muerte de su carne como falsa la vida de mi alma, que no creía esto. Y agravándose las fiebres, ya casi estaba a punto de irme y perecer. Pero ¿adónde hubiera ido, si entonces hubiera tenido que salir de este mundo, sino al fuego y tormentos que merecían mis acciones, según la verdad de tu ordenación? No sabía esto mi madre, pero oraba por mí ausente, escuchándola tú, presente en todas partes allí donde ella estaba, y ejerciendo tu misericordia conmigo donde yo estaba, a fin de que recuperara la salud del cuerpo, todavía enfermo y con un corazón sacrílego. Porque estando en tan gran peligro no deseaba bautismo, siendo mejor de niño, cuando se lo pedí a mi piadosa madre, como ya tengo recordado y confesado. Pero había crecido, para vergüenza mía, y, necio, me burlaba de los consejos de tu Medicina.

Con todo, no permitiste que en tal estado muriese yo doblemente, y con cuya herida, de haber sido traspasado el corazón de mi madre, nunca hubiera sanado. Porque no puedo decir bastantemente el gran amor que me tenía y con cuánto mayor cuidado me paría en el espíritu que me había parido en la carne.

 Así que no veo cómo hubiese podido sanar si mi muerte en tal estado hubiese traspasado las entrañas de su amor. ¿Y qué hubiese sido de tantas y tan continuas oraciones como por mí te hacía sin cesar? ¿Acaso tú, Dios de las misericordias, despreciarías el corazón contrito y humillado (Sal. 50, 19) de aquella viuda casta y sobria, que hacía frecuentes limosnas y servía obsequios a tus santos? ¿Que ningún día dejaba de llevar su oblación al altar? ¿Qué iba dos veces al día —mañana y tarde— a tu iglesia, sin faltar jamás, y esto no para entretenerse en vanas conversaciones y chismorreos de viejas, sino para oírte a ti en los sermones y que tú la oyeses a ella en sus oraciones? ¿Habías tú de despreciar las lágrimas con que ella te pedía no oro, ni plata, ni bien alguno frágil y mudable, sino la salud de su hijo? ¿Habrías tú, digo, por cuyo favor era ella tal, de despreciarla y negarle tu auxilio? De ningún modo, Señor; antes estabas presente a ella, y la escuchabas, y hacías lo que te pedía, mas por el modo señalado por tu providencia.

No era posible, no, que tú la engañaras en aquellas visiones y respuestas que le habías dado, de alguna de las cuales hemos hablado ya, y otras que paso en silencio, las cuales conservaba ella fielmente en su pecho y te las recordaba en sus oraciones como firmas de tu mano, que debías cumplir. Porque aunque tu misericordia es infinita (Sal. 117, 1), tienes a bien hacerte deudor con promesas de aquellos mismos a quienes tú perdonas todas sus deudas.
Conf. V, IX, 16-17



0 comentarios:

Related Posts with Thumbnails

Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

  © Blogger templates The Professional Template by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP