Domingo III de Pascua - B. Reflexión
Reconocieron
a Jesús al partir el pan.
Se ha señalado con razón que los relatos
pascuales nos describen con frecuencia el encuentro del resucitado con los
suyos en el marco de una comida.
Sin duda, el relato más significativo es el
de los discípulos de Emaús. Aquellos caminantes cansados que acogen al
compañero desconocido de viaje, y se sientan juntos a cenar, descubren al
resucitado «al partir el pan», término técnico empleado en las primeras
comunidades para designar la cena eucarística.
Sin duda, la Eucaristía es lugar
privilegiado para que los creyentes abramos «los ojos de la fe», y nos
encontremos con el Señor resucitado que alimenta y fortalece nuestras vidas con
su mismo cuerpo y sangre.
Los cristianos hemos olvidado con frecuencia
que sólo a partir de la resurrección podemos captar en toda su hondura el
verdadero misterio de la presencia de Cristo en la Eucaristía.
Es el Resucitado quien se hace presente en
medio de nosotros, ofreciéndose sacramentalmente como pan de vida. Y la
comunión no es sino la anticipación sacramental de nuestro encuentro definitivo
con el Señor resucitado.
El valor y la fuerza de la Eucaristía nos
viene del Resucitado que continúa ofreciéndonos su vida, entregada ya por
nosotros en la cruz.
De ahí que la Eucaristía debiera ser para
los creyentes principio de vida e impulso de un estilo nuevo de resucitados. Y
si no es así, deberemos preguntarnos si no estamos traicionándola con nuestra mediocridad
de vida cristiana.
Las comunidades cristianas debemos hacer un
esfuerzo serio por revitalizar la Eucaristía dominical. No se puede vivir
plenamente la adhesión a Jesús Resucitado, sin reunirnos el día del Señor a
celebrar la Eucaristía, unidos a toda la comunidad creyente. Un creyente no
puede vivir «sin el domingo». Una comunidad no puede crecer sin alimentarse de
la cena del Señor.
Necesitamos comulgar con Cristo resucitado
pues estamos todavía lejos de identificarnos con su estilo nuevo de vida. Y
desde Cristo, necesitamos realizar la comunión entre nosotros, pues estamos
demasiado divididos y enfrentados unos a otros.
No se trata sólo de cuidar nuestra
participación viva en la liturgia eucarística, negando luego con nuestra vida
lo que celebramos en el sacramento. Partir el pan no es sólo una celebración
cultual, sino un estilo de vivir compartiendo, en solidaridad con tantos
necesitados de justicia, defensa y amor. No olvidemos que «comulgamos» con
Cristo cuando nos solidarizamos con los más pequeños de los suyos.
P.
Julián Montenegro
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