Domingo de Ramos - Reflexión-
Aunque el comienzo de la reflexión parezca un tanto superficial, me aventuro a decir que no es lo mismo “Domingo de Ramos que ramos del domingo”. La primera idea responde a un anuncio real: muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y atrás, gritaban: bendito el que viene en nombre del Señor (Marcos 10, 9); la segunda idea es, más desde una costumbre que de verdad, un algo que cada año se repite y pronto se olvida.
De hecho ¿qué es un Domingo de Ramos? Es el comienzo de la Semana santa cristiana: Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad (oración colecta). No cabe síntesis más plena y significativa y que, a la vez, señala dos referencias dignas de tener en cuenta: la entrada en Jerusalén y la salida desde la misma con la cruz a cuestas. En el entretanto, la manifestación gozosa de los humildes y el porte envidioso de los “creídos”. Los grandes, los escribas y fariseos se remuerden de envidia y de celos. Ellos, los dirigentes de Israel, los que estaban maquinando un fracaso de Jesús, tienen que contemplar su triunfo, oír las alabanzas de la multitud… hasta el punto de encararse con Él y obligarle a que el pueblo sencillo se calle. El Maestro aclara la contradicción y expresa un juicio que queda para siempre: “si esos callaran, aclamarían hasta la piedras”.
Acostumbrados como estamos a los escaparates, puede ocurrir también hoy que los cristianos nos encontremos sin más con un anuncio que diga: “aprovecha la semana santa”. ¿Somos capaces de hacer realidad seguir el camino de Jesús hasta su final?
Más que un reto, es un regalo que se nos concede y hasta el punto de dejarnos transformar para que nuestra existencia tenga una luz que nos lleve a creer y crecer: cada mañana me espabila el oído como los iniciados para que escuche (Isaías 50, 4). Lo de espabilarnos y escuchar puede transformarnos totalmente: nos invitan a prestar oídos al mensaje de salvación y a estar destinados a la esperanza.
El pasaje que leemos del profeta Isaías nos lleva a recordar el aspecto doloroso del Siervo de Yahvé ya que se advierte una progresión en la intensidad de sus sufrimientos. De la duda del éxito de su misión, él pasa al reconocimiento de una hostilidad que llega hasta la tortura pero manifiesta al mismo tiempo su inconmovible confianza en el Señor y se declara dispuesto a anunciar las palabras de consuelo que le han sido reveladas. Tenemos definido el ejemplo del Siervo del Señor: Y, así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz (Filipenses 2, 7). Aquí está el camino a recorrer para llegar al triunfo y cada uno caminando de buen grado, por amor, a lo que Dios quiera hacer con nuestras vidas; cada uno aceptando con serenidad y prontitud los planes de Dios por muy extraños que a veces nos parecen.
En un domingo de Ramos es necesidad aquilatar en todo su sentido que ante la realidad de ser expuesto a “insultos y salivazos”, el Siervo presta total atención a la voluntad de Dios. El Siervo puede ser en este caso, el mismo profeta que representa al pueblo y también puede ser la figura simbólica de Israel ideal. De cualquier modo, la enseñanza primordial es clara: la persona fiel y leal que sigue al Siervo del Señor persevera hasta el fin en el cumplimiento de su misión aunque tenga que afrontar dificultades y problemas extraordinarios. Fundamentos en esta interpretación del pasaje, los cristianos primitivos vieron aquí una anticipación profética de la vida y los sufrimientos de Jesús de Nazaret.
Los cristianos tenemos bien clarificado el camino: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos” (Filipenses 2, 6). Cristo era Dios y como tal podía manifestarse como Dios, pero se hace esclavo; es decir, al hacerse hombre no solo asume la naturaleza humana sino una condición de humildad y obediencia que lo lleva a la muerte en la forma más humillante. Pablo, en su carta a los corintios, exhorta a la generosidad poniéndoles el ejemplo de Cristo quien, siendo rico se hizo pobre por vosotros (2 Corintios 8, 9). El “siendo rico” no puede referirse al Jesús histórico sino al Hijo de Dios. ¿Hasta qué punto el Siervo de Yahvé, Cristo, es para nosotros referencia absoluta para hacer de nuestra vida una expresión sincera de camino cristiano que lleve la Cruz de cada día y muera en ella como expresión total del seguimiento de Jesús?
El relato de la Pasión y el texto de Pablo no pueden estar en olvido a la hora de profundizar en el Siervo de Yahvé: tiene lengua de discípulo, de receptor y de transmisor de la enseñanza revelada. Con su palabra, la que ha recibido, que es fuerza de Yahvé, sostiene al cansado, al Israel histórico, cansado, escéptico y desilusionado. Y con la bella imagen del despertar mañanero a la voz de Yahvé sugiere en nosotros el misterioso contenido de la Palabra de Dios.
Cuando escuchamos y meditamos la solemne entrada de Jesús en Jerusalén en plena aclamación de la gente sencilla y humilde, descubrimos la seguridad de la cercanía de Dios en Él. Y ¿cómo puede ser que lo acusen? Desde nuestros razonamientos no hay respuesta, por su anuncio lo condenan. Pero Dios sabe la verdad, es la Verdad, y está allí a su lado, como lo estará en la Cruz, como Justificador. Cuando en la Cruz se escucha: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?(Marcos 15, 34) es plena la confianza. El Siervo de Yahvé nos va conduciendo a Cristo…
De esa manera no nos puede extrañar la Pasión pero no solo la de Cristo sino también la nuestra. De otra manera, no existiría semana santa para nosotros. Si este domingo de Ramos no nos señalara vivir como un único camino el de Cristo hasta la Resurrección nos habremos quedado en la bendición de los ramos… Muchas veces pensamos cómo es posible que casi todos los discípulos dejaran solo al Maestro una vez que fuera vendido, apresado y condenado. No nos escandalicemos hipócritamente ya que nosotros no estamos libres de estar presentes en la gran manifestación de este domingo y después no le sigamos hasta la resurrección incluyendo claro está la crucifixión. El Domingo de Ramos lleva consigo no separarse de Él hasta las últimas consecuencias y aquí encontramos la lógica de “seguir a Jesús hasta la muerte”. Ser discípulo de Jesús es un don que recibimos y, a la vez, es una invitación a asumir el mismo camino de Él.
La vida cristiana es una novedad y una alternativa diaria: el ejemplo de Cristo nos exige “ponernos en su lugar” y llevar adelante el plan de Dios en nosotros mismos: fortalecidos con tus santos misterios, te dirigimos esta súplica, Señor; del mismo modo que la muerte de tu Hijo nos ha hecho esperar lo que nuestra fe nos promete, que su resurrección nos alcance la plena posesión de lo que anhelamos (oración después de la comunión).
P. Imanol Larrínaga
EL GESTO SUPREMO
Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas.
Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Ésta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.
Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro de Jesús Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.
Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.
En medio de nuestro sufrimiento, podemos acercarnos a ese Dios que está junto a cada persona. ¿Por qué no lo sentimos más cercano?
P. Julián Montenegro
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