domingo, diciembre 07, 2014

II Domingo de Adviento (B)


Seguimos leyendo en este Adviento al profeta Isaías. Nos anuncia un mundo mejor para cuando llegue el Mesías. La belleza de sus textos es verdaderamente llamativa. Y, además, nadie mejor que él se acercó tanto a lo que sería la vida de Jesús de Nazaret. Se le llama el evangelista del antiguo Testamento.

Hoy hemos escuchado, precisamente, el grito que siglos después lanzará a los cuatro vientos, el Precursor, Juan el Bautista: "En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”. 

La figura de Juan el Bautista es el centro de este Domingo Segundo del Adviento. Juan es un hombre pobre, austero, acostumbrado a la continua presencia de Dios, esta que se da en soledad, en el desierto físico y el desierto interior. 

Treinta años tendría, más o menos, cuando bajó a la ribera del Jordán y allí empezó a ejercer su ministerio. Escogió para ejercer la tarea a la que se sentía llamado, pasar una larga temporada viviendo en el desierto. Hoy el Evangelio nos habla de la vida que llevaba. Se cubría con piel de camello, se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

Venía gente de lejanas tierras a escucharle. Les convencía. Muchos aceptaban su mensaje y le decían que querían cambiar de vida. Él aceptaba su actitud y como signo, como respuesta espiritual, los bautizaba. Era signo o anticipo de otro bautismo, el de Jesús. 

Encontrarían en este bautismo, en el de Jesús, el Espíritu. El que vendría tras él, era mucho más importante, él debía retirarse discretamente. No marchaban decepcionados. Se les habían perdonado sus pecados y se les había trazado un signo de Esperanza.

El evangelio de Marcos nos muestra, con precisión y brevedad, la predicación de San Juan Bautista: Pide la preparación de los caminos para que el Señor llegue. Es la voz que clama en el desierto tal como profetizó Isaías. Es, asimismo, un hombre excepcional entregado a su misión, sin titubeos, sin tregua. Y ese grito pronunciado en el impresionante silencio del desierto debe llegar a nosotros, a lo más íntimo de nuestro corazón. 

Nos quiere decir, sin duda, que no podemos perder la oportunidad una vez más, de dejar pasar otro adviento sin convertirnos. Debemos romper las amarras que nos tienen atrapados en el puerto de nuestra comodidad y de nuestra vida muelle. 

Una tarea: preparar nuestro corazón para que esté expectante ante la venida de Jesús a nuestra vida. Juan decía a la gente que "debían de convertirse a Dios". Convertirse significa cambiar nuestra manera de pensar, cambiar de actitud y convertirse a Dios. 

Si la llamada del domingo pasado se podía resumir en el slogan: "Vigilad", la de hoy se puede sintetizar con otra consigna también clara y enérgica: "Convertíos". Convertirse no significa necesariamente que seamos grandes pecadores y debamos hacer penitencia. Convertirse, creer en Cristo Jesús, significa volverse a él, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y su mentalidad, irla asimilando en las actitudes fundamentales de la vida. Su mensaje sigue válido en nuestros días. 

La Iglesia, al llegar el Adviento, lo actualiza con el mismo vigor y energía, con la misma urgencia y claridad: "Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos... Preparad el camino del Señor, allanad su sendero". Se adornan las calles y plazas como antesala de la Navidad. ¿Cómo vamos adornar nuestra vida?

Sí, también hoy es preciso que cambiemos de conducta, también hoy es necesaria una profunda conversión: Arrepentirnos sinceramente de nuestras faltas y pecados, confesarnos humildemente ante el ministro del perdón de Dios, reparar el daño que hicimos y emprender una nueva vida de santidad y justicia.
Por eso la voz del Bautista, que resuena hoy por todo el mundo, es incómoda en el fondo: nos invita a un cambio, a una opción: "preparad el camino del Señor, allanad sus senderos..." Y Pedro ha resumido el programa de esta venida en su carta de hoy: "un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia".

Para este camino de conversión a Cristo tenemos nuestro "viático": la Eucaristía. La Palabra de Dios, que se nos proclama y que acogemos con fe; la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, esto es lo que nos da ánimos y nos sostiene en la peregrinación de cada semana. Mientras esperamos la gloriosa manifestación del Salvador, al final de la historia, todos somos convocados este año a una marcha hacia adelante: el Señor viene a nosotros, con tal que también nosotros vayamos hacia Él.
P. Teodoro Baztán


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