SALMO 94
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo con cantos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo,
el rebaño que el guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras».
EL DESCANSO DE DIOS
«No entrarán en mi descanso».
Esas son de las palabras más temibles que jamás te he escuchado, Señor. La maldición de las maldiciones. El rechazo definitivo. La prohibición de entrar en tu descanso. Pienso en la belleza y la profundidad de la palabra «descanso» cuando se aplica a ti, y comienzo a comprender la desgracia que será quedar excluido de él.
Tu descanso es tu divina satisfacción al acabar la creación de cielos y tierra con el hombre y la mujer en ellos, tu mandamiento del sábado de alegría y liturgia en medio de una vida de trabajo, tu eternidad en la gloria bendita de tu ser para siempre.
Tu descanso es lo mejor que tienes, lo mejor que eres, el ocio de la existencia, la benevolencia de tu gracia, la celebración de tu esencia en medio de tu creación.
Tu descanso es tu sonrisa, tu amistad, tu perdón.
Tu descanso es esa cualidad divina en ti que te permite hacerlo todo pareciendo que no haces nada.
Tu descanso es tu esencia sin cambio en medio de un mundo que vive en torno al cambio.
Tu descanso eres tú.
Y ahora las puertas de tu descanso se me abren a mí.
Me llaman a tomar parte en las vacaciones eternas. Me invitan al cielo. Me llevan a descansar para siempre. Esa palabra mágica, «descanso», se ha hecho mi favorita, con su tono bíblico y su riqueza teológica.
Un descanso tan enorme que uno tiene que «entrar» en él.
Me rodea, me posee, me llena con su dicha. Veo enseguida que ese descanso es lo que ha de ser mi destino final, palabra casera y divina al mismo tiempo para expresar el fin último de mi vida: descansar contigo.
Ahora he de entrenarme en esta vida para el descanso que me espera en la siguiente.
Quiero entrar ya, en promesa y en espíritu, en el divino descanso que un día ha de ser mío a tu lado.
Quiero aprender a descansar aquí, a relajarme, a encontrarme a gusto, a dominar las prisas, a evitar tensiones, a vivir en paz.
Pido para mí todo eso como anticipo de tu bendición venidera, como fianza en la tierra de tu descanso eterno en el cielo.
Quiero ir ya reflejando ahora en mi conducta, mi lenguaje, mi rostro, la esperanza de ese descanso esencial que le traerá a mi alma y a mi cuerpo la felicidad definitiva en la paz perpetua.¿Qué es lo que no me deja entrar ya en ese descanso? ¿Qué es lo que te hizo jurar en tu cólera: «No entrarán en mi descanso»?
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras».
Esos incidentes quedaron tan grabados en tu memoria que los citas incluso con los nombres de los lugares en que sucedieron, etapas desgraciadas en la geografía espiritual por la que pasó tu pueblo y por la que nosotros volvemos a pasar en nuestras vidas.
Tu pueblo te tentó, desconfió de ti aun después de haber visto tus maravillas, fueron tozudos en sus quejas y en su falta de fe.
Eso hizo arder tu ira, y cerraste la puerta a aquellos que durante tanto tiempo se habían negado a entrar.
«Durante cuarenta años, aquella generación me asqueó, y dije: Es un pueblo de corazón extraviado,que no reconoce mi camino; por eso
he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso».
¿Cuántos años me quedan a mí, Señor? ¿Cuántas oportunidades aún, cuántas dudas, cuántas Masás y Meribás en mi vida?
Tú conoces bien los nombres de mi geografía privada; tú recuerdas mis infidelidades y te resientes por mi tozudez.
Hazme dócil, Señor. Hazme entender, hazme aceptar, hazme creer.Hazme ver que la manera de llegar a tu descanso es confiar en ti, fiarme en todo de ti, poner mi vida entera en tus manos con despreocupación y alegría. Entonces podré vivir sin ansiedad y morir tranquilo en tus brazos para entrar en tu paz para siempre. Que así sea, Señor.
«¡Ojalá escuchéis hoy su voz!».
ESTÁ ENTRE NOSOTROS
Aunque las palabras de Jesús, recogidas por Mateo, son de gran importancia para la vida de las comunidades cristianas, pocas veces atraen la atención de comentaristas y predicadores. Esta es la promesa de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Jesús no está pensando en celebraciones masivas como las de la Plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo sean dos o tres, allí está él en medio de ellos. No es necesario que esté presente la jerarquía; no hace falta que sean muchos los reunidos.
Lo importante es que “estén reunidos”, no dispersos, ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que se reúnan “en su nombre”: que escuchen su llamada, que vivan identificados con su proyecto del reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo.
Esta presencia viva y real de Jesús es la que ha de animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de sus seguidores. Es Jesús quien ha de alentar su oración, sus celebraciones, proyectos y actividades. Esta presencia es el “secreto” de toda comunidad cristiana viva.
Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.
Hemos de reavivar la conciencia de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.
El futuro de la fe cristiana dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el Papa Francisco en el
Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan decisivo como el volver con radicalidad a Jesucristo.
Vaticano. No podemos tampoco poner nuestra esperanza en el puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza es Jesucristo.
P. Julián Montenegro
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