II Domingo de Pascua

- Las primeras comunidades cristianas vivían intensamente en comunidad su fe en el Resucitado. En los primeros siglos, ser cristiano suponía formar parte activa de una comunidad que se reunía periódicamente para rezar juntos, para celebrar la eucaristía (fracción del pan) y para compartir los problemas y necesidades de cada uno de los presentes y de los enfermos ausentes.
Ser cristiano era pertenecer a una comunidad cristiana determinada. Un cristiano no practicante hubiera sido algo impensable en aquel tiempo. El cristianismo o se vivía dentro de una comunidad, o no se vivía de ninguna manera. Por otra parte, el vivir la fe en comunidad era una necesidad no sólo religiosa, sino sicológica y social.
Eran tiempos difíciles y tenían que apoyarse los unos en los otros y animarse y defenderse mutuamente. Dentro de la comunidad se percibía más clara e intensamente la presencia y el espíritu del Resucitado. Hoy, para nosotros, aunque evidentemente hayan cambiado mucho los tiempos, la fe cristiana necesita de la comunidad para crecer y fortalecerse. Primero en la comunidad familiar, que es iglesia doméstica, es donde primero aprendimos a vivir nuestra fe los que ya tenemos algunos años.
Es cierto que hoy día ya no es fácil hablar de la familia como iglesia doméstica. Precisamente por eso, hoy es aún más necesario que antes acudir a la parroquia, porque este es el lugar donde más fácilmente podemos expresar comunitariamente nuestra fe.
La Iglesia no son las paredes del templo, sino la comunidad cristiana que se reúne para celebrar comunitariamente su fe en el Resucitado. La parroquia es la gran comunidad, que puede englobar, y de hecho así es, a otras pequeñas comunidades o grupos que se reúnen cada cierto tiempo para expresar, acrecentar y fortalecer su fe. La existencia de estos grupos, dentro de la parroquia, es muy importante y todos debemos hacer lo posible para que estos grupos no sólo no decaigan, sino que aumenten y tengan vida exuberante.

Era muy difícil ser fieles todos, y todos los días, al mensaje y al testamento de amor que les había dejado el Maestro. Pero ellos lo intentaban asiduamente y procuraban ser fieles a sus propósitos. “Dios los miraba a todos con mucho agrado”.
- Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Se habían reunido, sin duda, para protegerse y animarse, para fortalecer su fe y su esperanza, mediante la oración comunitaria. Cuando Jesús se presenta entre ellos, se ven inundados de golpe de una profunda paz y alegría. El Señor les infunde su Espíritu.

Hasta que el mismo Jesús se presentó de nuevo y se dirigió a él personalmente. ¡Señor mío y Dios mío! Ahora también Tomás se sintió lleno de paz y alegría, porque, también él se vio inundado y habitado por el espíritu del Resucitado.
En este domingo segundo de Pascua, vamos a pedirle todos nosotros al Señor Resucitado que nos llene de su Espíritu, para que desaparezcan de nuestra alma todas las tinieblas de duda, de tristeza y de desesperanza que, a veces, nos cercan.
P. Teodoro Baztán
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