Reflexión VI Domingo del Tiempo Ordinario (A)
«¡Cuánto amo tu voluntad! Todo el día la estoy meditando».
Y toda la vida. Contemplación y estudio que nunca acaban, porque tu voluntad es tu propia esencia, eres tú mismo en la infinitud de tu ser. Contemplación y estudio que son entendimiento y adoración y traen la sabiduría y el gozo al corazón del joven que entrega a ello lo mejor de su vida.
«Soy más docto que todos mis maestros,
porque medito tus preceptos;
soy más sagaz que los ancianos,
porque cumplo tus leyes».

«Que llegue mi clamor a tu presencia;
Señor, con tus palabras dame inteligencia.
De mis labios brote la alabanza,
porque me enseñaste tus leyes;
mi lengua canta tu fidelidad,
porque todos tus preceptos son justos.
Tu voluntad es mi delicia».
Que tu voluntad haga siempre mis delicias, Señor.
NO A LA GUERRA ENTRE NOSOTROS
Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.

Por eso, según Jesús, no basta cumplir la ley que ordena “No matarás”. Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata, cumple la ley, pero si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.
Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.
Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.

Así habla el Papa: “Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?”. El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que “todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis”.
Procuremos cuidarnos unos a otros, esto agrada al Señor.
P. Julián Montenegro
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