Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario (C). CRISTO REY
Este domingo es el último del
año en la liturgia de la Iglesia. El próximo domingo, con el que
comienza el tiempo de adviento, será el primero del nuevo año. Y por ser
éste el último, la Iglesia celebra hoy la fiesta de Cristo Rey, que
viene a ser como la coronación de todas las fiestas del año en que, con
la centralidad de la Pascua, hemos ido celebrando nuestra fe en el Señor
muerto y resucitado.
El
párrafo de la carta de san Pablo a los Colosenses es de una
profundidad teológica impresionante. Es un himno de acción de gracias y
de reconocimiento de Cristo resucitado, como principio y centro de la
creación y de la historia de la salvación. Porque Él, Cristo, nacido en
el tiempo hace unos dos mil años, es anterior a todo, todo fue creado
por Él y todo se mantiene en Él.
Por
todo lo que fue Jesús, por todo lo que hizo, Dios Padre nos ha hecho
capaces de compartir la herencia del pueblo santo, nos ha sacado del
poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido. Y
ha sido el sacrificio de Cristo quien nos ha merecido la redención y el
perdón de los pecados. No sé si, al menos de vez en cuando, nos
detenemos a pensar un poco en las maravillas que Dios hace con nosotros.
Ojalá que sí
.
No
deja de ser una paradoja, aparentemente al menos y según nuestro modo
de pensar y sentir, que en una fiesta como esta en que celebramos la
realeza de Cristo, el evangelio nos lo presente muriendo en una cruz,
como un malhechor más, abandonado de todos, burlado por muchos y como un
fracasado. Pero es que su reino no es como los de este mundo. Ni él, en
cuanto rey, tampoco. Yo soy rey, le había dicho a Pilato esa misma mañana. Y añade: Pero mi reino no es de este mundo. O como los de este mundo.
Un párrafo bellísimo de la carta a los Filipenses: A
pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte. Y una muerte de cruz. Por
eso Dios lo levantó y le concedió el “Nombre sobre-todo-nombre”..., y
toda lengua proclame “Jesucristo es el Señor”. Es decir, Rey del universo
Refiriéndose en cierta ocasión a los mandamases de este mundo, Jesús nos dice que ellos
Sabéis que los jefes de los pueblos – los reyes de entonces - los
tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el
que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor (...);
Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para
dar la vida en rescate por todos.
Jesús
reina porque sirve, no porque domina o manda. Y sirve porque ama. Y
porque ama hasta el extremo, con un amor sacrificado y fecundo, es
constituido Rey (otra paradoja más) cuando muere en la cruz, porque, en
su caso – ojalá que también en el nuestro – servir es reinar, y su
entrega a la muerte por nosotros es el supremo acto de servicio a la
humanidad que quiere salvar. Cristo es nuestro Rey porque muere por
nosotros y resucita para que también nosotros resucitemos con Él.
Por
todo ello viene a ser Él un rey atípico. Se coloca en el último lugar
para servir. Y nos dice que nosotros debemos situarnos en esta misma
línea si queremos reinar con Él. Seremos, por tanto, parte de este Reino
si asumimos, como una constante en nuestra vida cristiana, las mismas
actitudes de Cristo, sus mismos gestos, su misma vida. Es decir, si
asumimos como tarea permanente el servicio al hermano, quienquiera que
él sea.
¿Cuál es su reino, sino los que creen en él?, dice san Agustín. Aquí
está su reino hasta el fin del tiempo, entremezclado con la cizaña,
hasta la época de la siega, que es el fin del mundo, cuando vengan los
segadores, esto es, los ángeles, y recojan el fruto de la cosecha.
Precisando
un poco más las cosas, forman parte del Reino de Cristo los
misericordiosos, los que trabajan por la paz y la justicia, los limpios
de corazón, los sencillos y los pobres de espíritu, los que perdonan de
corazón, los que sirven al hermano en cualquier necesidad. Porque su
Reino es un Reino de amor y misericordia, de paz y justicia, de santidad
y de gracia.
P. Teodoro Baztán
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