DOMINGO XXV del TIEMPO ORDINARIO
Un cristiano debe preguntarse siempre si su vida se orienta desde la lógica de la fe o desde la variabilidad del tiempo o de los acontecimientos con sus respectivos signos. Es tema que no se puede tergiversar ni tampoco dejarlo dormido porque tiene el peligro de prolongar una existencia vacía en la relación con Dios y en el servicio a los demás.
Escuchamos la Palabra de Dios y nos encontramos con las ilógicas más grandes: un pueblo en el que unos son injustos con los otros; un cristiano que hace de su oración un algo tan particular que lo demás o los demás quedan fuera y precisamente cuando Dios es Padre de todos; el equilibrista que quiere contentar a Dios y al dinero y que no se da cuenta que viviendo así es un mentiroso. Es cierto que la Palabra de Dios no absolutiza su mensaje ya que entre los creyentes hay, y en un gran número, los que creen en el único Dios y en Él aceptan a los demás como Dios los quiere; que hay muchos cristianos que, con la mirada en Dios y con una conducta limpia y humilde, se ofrecen y ofrecen al Señor dando constantemente gracias; hay cristianos, multitud, que, sin engreírse, dan a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar; o sea, son lógicos ante Dios y ante los hombres.
Cuando el profeta Amós denuncia los abusos: exprimir a los demás, despojar a los pobres, robar a los demás, engañar a los otros... parece que es un profeta que habla en nuestro tiempo y en nuestra sociedad. Todos gritamos y nos lamentamos de la enorme injusticia que nos parece el abuso en tantas direcciones, de las dos medidas en razón de las simpatías y antipatías, de la compra de las personas en todos los sentidos..., pero, ojo, que toda esta referencia no está solo dirigida a quienes nosotros juzgamos y muy acaloradamente.
Veámonos retratados y no solo en la deficiencia del verdadero amor cristiano –fuente y razón de la vida- sino en la actitud de personas que, olvidando la misericordia de Dios sobre nosotros, exprimimos con nuestra ira la conducta ajena. El profeta Amós no denuncia desde sí mismo sino desde Dios y su contenido es una valiente y detallada denuncia de injusticias sociales. Tan realista y objetiva, que, repetida en nuestras días, gozaría de la más palpitante actualidad.
Es cierto que el profeta quiere llegar al corazón del pueblo para que éste, no esquivando su propia responsabilidad, tome conciencia de cómo vivir y testimoniar una conducta que se aleje de las injusticias o de los abusos porque Dios no quiere que los hombres vivan una conducta que contradice a la del Señor que no hace distinciones ni estimaciones que no sean justas. El amor de Dios debe ser la única medida en la conducta de sus hijos y por ello mismo nos indica que así como Él se fía y confía en toda la humanidad, tengamos como norma de vida que “no podéis servir a Dios y al dinero”. En un momento histórico en el cual nos encontramos y vivimos, tan preocupados de que no se tuerzan las cosas y surjan situaciones no queridas, puede parecer muy serio el aviso del Señor... Pero, confiemos más en Él, tengamos más fe en Él. Dios nos ha encomendado lo pequeño de la tierra y como buenos administradores tenemos que utilizar ese depósito que se nos ha concedido de acuerdo a la voluntad de Dios como un medio de amor y de servicio a los demás. Lo voluntad de Dios afecta esencialmente a nuestra persona en su totalidad y no solo en función de los bienes materiales y, de esa manera, somos personas creyentes que no se separan de la vida. Esto de no separarse de la vida es el mensaje auténtico de Jesucristo: “estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Muchas veces nos planteamos si los cristianos son visibles en el mundo como “luz y sal”; por supuesto que eso no va en torno a que los demás nos vean sino si nuestro testimonio aflora de tal modo en el ambiente que nos rodea como para hacer respirar a los demás que Dios está presente en nuestra vida. Y esto comporta la claridad de una vida que tiene conciencia plena de vivir con Dios, en Dios y para Dios. De otra manera, y sin una claridad de amor a Dios, la vida no tiene referencia válida. Es aquí donde se centra lo de “ningún siervo puede servir a dos amos”. Quien absolutice lo terreno no tiene a Dios como rey y señor, su servicio está en las minucias y siempre provisionalmente, lo cual es un “juego político” de acercarse al fuego que más calienta. Y a Dios no se le puede dividir ni condicionar como si fuera una presencia ocasional.
Para los cristianos está en juego la adoración al único Dios y si esto es verdad no pueden hacer de las riquezas el ídolo o meta de sus vidas. El no poder servir a la vez a dos señores tiene un alcance muy amplio; tal vez no caemos en la cuenta que en nuestra vida se crean y se mezclan muchos ídolos y eso predispone a un gasto de tiempo, vivir sin paz interior y sin visión de lo eterno. La existencia humana no tiene solo un caudal terreno; hay otro condimento interior en el que la fe en el Señor y la mirada en su providencia sobrepasan los ámbitos de lo medido y de lo vivido. Dios es el único Dios y Señor, otra consideración es tratar de engañarse sirviendo a dos dioses y esto nunca puede darnos felicidad.
Dios no hace sino manifestar su amor infinito a nosotros y nos invita a vivir la fe desde el amor, en fidelidad y en generosidad. Es la mejor manera de amar y servir a un solo Dios y no querer mezclar otros amores: hay dos clases de personas, porque hay dos clases de amor. El uno es santo; el otro; egoísta. El uno se preocupa del bien común en aras del entendimiento mutuo y de la fraternidad, el otro trata de someter lo común a lo propio en aras de la arrogancia y del ansia de dominio. El uno está sometido a Dios, el otro se afana por igualarle. El uno trabaja por hacer la paz, el otro es sedicioso. El uno prefiere la verdad a los honores de los hombres, el otro ansía el honor aunque sea falseado. El uno es amigable, el otro envidioso. El uno desea para el prójimo lo que desea para sí, el otro desea someter al prójimo a sí mismo. El uno ayuda a los demás en interés de ellos; el otro, en interés propio (san Agustín en el comentario del Génesis 11, 15, 20)3.
P. Imanol Larrinaga
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