Santa Hildegarda de Binguen, Doctora de la Iglesia.
¿Cómo una monja del siglo XII, y que es santa, pudo
descubrir el poder curativo de 20 piedras?
En pleno siglo XX médicos alemanes descubrieron con asombro
los conocimientos de esta monja cuya sabiduría es, para muchos, "algo que
viene del Cielo".
Hace 850 años, una monja de clausura
llamada Santa Hildegarda de Binguen, que acaba de ser nombrada Doctora de la Iglesia por Benedicto XVI,
revolucionó la medicina del momento al transmitir una sabiduría sobre las
virtudes curativas y profilácticas de una veintena de piedras preciosas o
semipreciosas.
Santa
Hildegarda, sin salir del convento, con una cultura y formación muy básica,
transmitió lo que la “Luz Viva del Espíritu Santo” le dictaba, ofreciendo
remedios sencillos a personas con dificultades de salud, basado en el contacto
con determinadas piedras.
Con los años,
los remedios curativos de Santa Hildegarda fueron bautizados por el pueblo como
“la medicina de Dios”, y ya en pleno siglo XX, científicos y médicos alemanes
descubrieron con asombro los conocimientos de esta monja del siglo XII, cuya
sabiduría es, para muchos, “algo que viene del Cielo”.
Entrevistamos
a José María Sánchez de Toca, uno de los mayores expertos en la obra de Santa
Hildegarda en el mundo hispano. Él se ha encargado de traducir y preparar la
primera edición completa en español de esta obra: El libro de las piedras que
curan (LibrosLibres).
- "El Libro de las piedras que curan", ¿podríamos
decir que es un resumen de creencias medievales?
En absoluto.
Los remedios populares de la
Edad Media, las recetas de brujas, eran asquerosos, mientras
que todo lo que dice Santa Hildegarda es inocuo, razonable y limpio. Si habla
de plantas o animales, normalmente dice que hay que hervirlo.
- Saber médico medieval perdido en nuestros días.
Tampoco. El
saber médico de la Edad
Media era árabe y judío, y no se parece a Santa Hildegarda ni
de lejos. Los libros de piedras de aquella época, como el Lapidario de Alfonso
X el Sabio, que es un compendio de lapidarios árabes, por ejemplo, o el del
Obispo Marbordo, son radicalmente distintos en credibilidad, sistematización y
si me permite la palabra, en "modernidad".
-¿Y el de Alberto Magno?
No creo que
fuera de verdad de San Alberto Magno; es un libro de hechizos y conjuros para
cargarse a la gente, envenenar o provocar abortos.
- Entonces...
Ella dice
que la invadía una llama de Luz Indeficiente que la dictaba y que no la
permitía poner nada de su cosecha.
- Se ha publicado bastante que eso era una migraña de
aureola.
Mire, esos
señores hablan de oídas de lo que dijo otro que tampoco había leído a Santa
Hildegarda. Me recuerdan a aquel prestigioso y venerado historiador de la Medicina que la llamaba
"San Gil de Garde".
- Pero era una gran científica.
Ni hablar,
eso no se tiene de pie. Es imposible que tuviera conocimiento experimental de
lo que dice. Fijese que dijo ¡en 1153! que las ballenas buscan alimento en la
superficie y en el fondo del mar, cosa que la Ciencia solo ha averiguado
en la década de 1970, gracias a un submarino espía norteamericano. En el Mar de
Behring, las ballenas bajaban al fondo del mar, barrían con la boca abierta los
limos del Yukón, repletos de quisquillas, y luego subían a vomitar por los
chorros el limo sobrante. No lo sabía nadie, ni los balleneros. Jamas se
hubiera supuesto que un mamífero de respiración pulmonar bajase al fondo del
mar, pero Santa Hildegarda ya lo había dicho.
- La película "Visión" muestra una gran biblioteca
en el monasterio.
Esa película
es un ejemplo de como no deben hacerse las cosas ni falsear la Historia. Está
llena de conjeturas que no están avaladas por las fuentes, y eso que hay
muchas. Los libros no abundaban entonces como ahora, ni siquiera en los
monasterios. Pero en cambio las fuentes son taxativas en que solo la enseñaron
a leer el Salterio.
- El Papa Benedicto XVI dice que era muy culta.
Y tiene
razón: Santa Hildegarda estuvo ochenta años recibiendo enseñanzas del Espíritu
Santo sobre la estructura del Universo, la naturaleza humana y las criaturas, y
eso necesariamente la tuvo que volver cultísima y sabia. Pero suponer que era
una erudita contradice de plano las fuentes, que son abundantes, de época y muy
fiables. Tenga en cuenta que un concilio investigó en vida, y que después de
muerta, investigaron su vida los inquisidores enviados por dos papas sucesivos.
- Este es un libro de "piedras que curan", pero la
cuestión fundamental es si hay piedras que curen.
Por lo que
venimos comprobando, sí. Tampoco es tan insólito, si el barbero te corta al
afeitarte, te pasa piedra alumbre por el corte para detener la hemorragia. El
alumbre es una piedra que cura.
-¿Santa Hildegarda habla del alumbre?
No. Trata
exclusivamente sobre diecinueve piedras que solo pueden utilizarse para el bien
y para curar o prevenir daños. Dice Santa Hildegarda que entre las demás
piedras algunas sirven para cosas buenas o malas, según se proponga quien las
utilice, pero la Santa
se ocupa solamente de las que solo sirven para el bien.
- Pero a estas alturas del siglo XXI ¿ ¿No es pura
superstición creer que haya piedras que curen?
Superstición
es mantener una creencia sin base real, y prejuicio negarse a aceptar los
hechos, y lo que no debe hacer nadie en el siglo XXI es negar los hechos. A
menos que a uno le cieguen los prejuicios, hay que aceptar la evidencia. Y la
evidencia es que en la mayoría de los casos, estas piedras curan a la mayoría
de la gente.
- ¿No siempre?
No siempre.
- ¿Por qué?
Pues no lo
sabemos. Hay muchísimo que investigar. El caso más claro es la crisoprasa, una
modesta piedra con aspecto de jabón usado, que a uno le curó radicalmente en
una sola noche un ataque de gota, mientras que otro se la tuvo que quitar de la
rodilla porque no le hacía nada y se le estaba clavando en la hinchazón.
-Y entonces, ¿por qué curan?
Pues tampoco
lo sabemos. Muchas de las aplicaciones exigen contacto con la piel, lamer la
piedra, o ponerla en vino, lo que puede suponer una transferencia molecular,
por infinitesimal que sea. Pero otras veces actúan sin contacto; en concreto
Santa Hildegarda advierte que se tenga mucho cuidado en evitar que el rubí
toque la piel. Hace unos meses, cuando estaba preparando el libro, enseñé las
piedras a unos amigos, y una señora se puso en las rodillas el costurero de
plástico donde las guardo. A la mañana siguiente nos contó alborozada que se le
habían pasado los dolores de rodilla y cadera que la traían mártir, y pensando
a qué podría deberse, cayó en la cuenta del rato que tuvo las piedras en el
regazo. Pero no hubo contacto.
- ¿Y no puede tratarse de sugestión o efecto psicosomático?
Podría ser,
pero le voy a contar algo: Un niño, Juancho, de siete años, tenía pesadillas
recurrentes, muy violentas. Sus padres le pusieron jaspe debajo del colchón y
las pesadillas cesaron esa misma noche. Se fueron a la playa, se dejaron la
piedra y las pesadillas se reanudaron. Volvieron a ponerle el jaspe y cesaron.
Ahora los niños la llaman la piedra filosofal, como en las películas de Harry
Potter.
- ¿Y no pudo ser que el niño estuviera impresionado con la
piedra?
A Juancho no
le impresiona ni un adoquín que le pongan de almohada.
- Que me contestaría si le digo que este libro es un texto
medieval lleno de ideas medievales con poco contenido práctico.
Que está
hablando sin haberlo leído. Por ejemplo, en este libro Santa Hildegarda
describe con pelos y señales como transforman las bacterias del hierro el oxido
ferroso en oxido férrico para hacer la magnetita, y eso, amigo, es algo que la Ciencia descubrió en 1877,
y todavía se sigue trabajando en ello. Le aseguro que sin análisis, sin
laboratorios y sin microcospio era imposible saberlo. Es más, Santa Hildegarda
da detalles que aun hoy son desconocidos, aunque verosímiles. Eso no es un
conocimiento medieval.
- Pero Santa Hildegarda habla de piedras que ahuyentan los
demonios y las serpientes.
Pues
estupendo; no soy partidario de los unos ni de las otras, y no los quiero cerca
de mí. Pero esto que usted recuerda debe alertarnos que hay algo en la
naturaleza de las piedras que todavía desconocemos. Santa Hildegarda dice que
las piedras tienen cierta belleza singular que era la que tenía Lucifer antes
de la caída, y que los demonios no soportan porque les recuerda su esplendor
pasado. Para hablar de la eficacia de las piedras sobre los espiritus malignos
utiliza los verbos "desdeña, pone en fuga, atormenta". Es un campo del
que sabemos muy poco.
-¿De las piedras de Santa Hildegarda, cuál es la más útil?
Cada una
tiene su utilidad y con frecuencia se superponen, pero para mí la más útilñ por
ahora esta siendo el jaspe, que es el analgésico y antiinflamatorio mas rápido
que conozco. El jaspe que usted puede encontrar en cualquier obra en un saco de
gravilla, cualquier guijarro de sílex a manchas y con grano fino.
Las piedras
de las que habla el libro son en su mayoría piedras preciosas o semipreciosas,
es decir, gemas, pero una docena son variedades de cuarzo, y el resto puede
conseguirse a muy buen precio, digamos, uno o dos euros. En total uno podría
hacerse con todas las piedras por unos cincuenta euros, pero no es necesario
conseguirlas todas a la vez. Con veinte euros sobraría bastante para hacerse
con jaspe, ágata, calcedonia, topacio, crisoprasa y esmeralda, que en este
momento me parecen las más sencillas de usar. Por otra parte, buscar las
piedras siguiendo las indicaciones que damos en el libro puede convertirse en
un hobby muy gratificante.
-¿Satisfecho del esfuerzo y de su traducción?
Mucho, pero
la traducción no es mía, sino de Rafael Renedo, mi yunta de Hildegardiana. Lo
mío ha sido averiguar y explicar qué significan hoy las palabras de Santa
Hildegarda, comentarlas, anotarlas e indizarlas.
- ¿Qué espera de este libro?
Que sea
útil. Que ayude. Que sean muchos los que descubran con alborozo que hay piedras
que curan.
- ¿Y por qué se publica y se difunde ahora precisamente un
libro que llevaba ignorado ocho siglos y medio?
Es algo que
da que pensar; quizá es que sea la sabiduría que vamos a necesitar en el
futuro, como todo lo de Santa Hildegarda.
- ¿Es un regalo de Dios para los hombres?
Sí; Dios
siempre ofrece el remedio antes que nos hagamos la llaga.
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