viernes, enero 13, 2012

La sencillez y paz navideñas en el monasterio de Santa María Magdalena, en Baeza

La ciudad de Baeza declarada por la UNESCO –junto con la cercana Úbeda– “Patrimonio de la humanidad” encierra valiosos tesoros artísticos, culturales y religiosos. Entre éstos está el monasterio de Santa María Magdalena, edificio del siglo XVI, ocupado por las agustinas recoletas contemplativas.

En el monasterio de Santa María Magdalena no sólo se venera el famoso Cristo de la caída, escultura de finales del siglo XVI salida del taller de los Mora, sino que también en una capilla se encuentran los restos mortales de la venerable sor Mónica de Jesús, monja agustina recoleta del siglo XX, cuyo proceso de canonización está incoado.

Once monjas habitan el monasterio dedicadas principalmente a la oración, aunque también ocupan su tiempo en la decoración de obras de porcelana fina. La ciudad de Baeza considera a las monjas como algo propio y las apoya. La priora de la comunidad, Vega María, ha querido contar a los visitantes de esta página web cómo viven la Navidad dentro del monasterio.

No conciben las monjas una fiesta tan señalada como la navidad sin una buena preparación, sin la vivencia cristiana del adviento, “las cuatro semanas anteriores a la navidad en las que la Iglesia nos invita a la conversión: Preparad los caminos… de la mente y del corazón. Es decir, hemos de caer en la cuenta de la gran necesidad que tenemos de dar cabida a nuestro Dios. Nuestra tierra reseca y estéril anhela con ansiedad la gracia de la Palabra que hará germinar una vida espiritual intensa y la bondad en el corazón del hombre”.

En el adviento la figura que arrebata la atención es María, la llena de gracia. “El alma contemplativa, mirándola, siente la necesidad de buscar una afinidad, una preparación, unos sentimientos lo más parecidos a los que embargarían el alma y todo el ser de María esperando y preparando la llegada de Jesús. Así las bodegas del alma comienzan a producir un licor dulcísimo, un vino de solera que poco a poco va embriagando el espíritu hasta que estalla en un júbilo indescriptible por el don de Dios en Cristo Jesús. Ésta es la alegría de la Navidad que reina en el monasterio”.

Cuando ya es inminente la llegada del gran día, del «Sol naciente», la vida de la comunidad recoleta adquiere un ritmo y acento especiales.

23 de diciembre

La comunidad, en laudes, canta la antífona del benedictus: “Ya todo se ha cumplido”; sigue la oración, los rosarios y tercia. Se baja en silencio al refectorio para el desayuno. Después de rezar el padrenuestro, las mayores siempre ganan a las jóvenes en sacar sus instrumentos y cantar a toda voz:

“Suenen las panderetas,
ruido y más ruido,
porque las profecías
ya se han cumplido”. (bis)

¡Y estalla la alegría!

En este día se ultiman los preparativos navideños. Se monta un bonito belén en el coro; otro, en la sala de recreo, más informal, porque en él cabe todo tipo de figuras: pastores, monjas, aguadores, parejas con vestidos regionales…

En el refectorio el abeto se adorna con luces, bolas y guirnaldas para que cobije al Niño bonito. Lo último que preparan es el refectorio al cual no se permite entrar a nadie hasta la hora de la cena. Adornan los claustros, la portería. Todo adquiere un aire nuevo, brillante, alegre y bello.


24 por la mañana

No se toca la campana para levantarse a las seis, ni se encienden luces. No hace falta. Toda la comunidad se reúne en silencio ante una puerta cerrada para acompañar a María y a José que buscan posada.

Las que hacen de María y José cantan:

“En nombre del Cielo,
os pido posada
pues no puede andar ya
mi esposa amada”

Y contestan desde dentro de forma destemplada:

“Aquí no es mesón.
Sigan adelante,
pues no hemos de abrir
no sea algún tunante”.

José y María insisten:

“Venimos rendidos
desde Nazaret;
yo soy carpintero,
mi nombre es José”.

Responden las demás monjas desde dentro:

“No me importa el nombre,
déjenme dormir,
porque ya les digo
que no hemos de abrir”.

Después de los cantos de un lado y otro, la puerta se abre dando paso a las alegres hermanas que portan panderetas, castañuelas y otros instrumentos:

“Panderos y tambores
amigos preparar,
porque la Nochebuena
es noche de cantar…”

Se encienden todas las luces de la sala de recreo, cuyas paredes están engalanadas con motivos navideños. El belén atrae las miradas. Allí se canta, se baila, se ríe. Llegada la hora de subir al coro para rezar el oficio divino una hermana recita unos versos en los que felicita graciosamente a la comunidad.

Ya en el coro se canta el oficio de lecturas y las laudes, y se tiene la oración. Sigue la hora de tercia. En lugar del himno, como es tradición en el monasterio, una hermana, acompañada por el órgano, canta con fervor y bellamente la calenda en latín mientras la comunidad permanece de pie en espera del anuncio del nacimiento, momento éste en que cae de rodillas adorando.


24 por la tarde

Para la solemnidad de las primeras vísperas se enciende el belén y todas las luces del coro. “Las voces se unen gozosas en la alabanza y acción de gracias por la Palabra hecha carne. Después de la oración bajamos al refectorio. Allí unas hermanas se nos han adelantado y encontramos encendido el árbol, una pequeña sorpresa junto a los cubiertos y todo preparado para la cena. Una pequeña luz frente a cada hermana nos recuerda que la Luz se hizo carne y que nuestra carne ha de hacerse luz. Las paredes lucen guirnaldas y bolas de colores. Todo invita a fiesta y a la alegría”.

La cena de nochebuena –refieren la madre Vega María–, “suele ser muy sencilla en cuanto al menú para que a todas siente bien”. Después de dar gracias por la cena se trasladan a la sala de recreo donde conforme van terminando las obligaciones del día se reúnen todas las hermanas. En esta sala cantan villancicos al Niñito de Belén y recitan versos en los que suelen salir las cosas más graciosas que han ocurrido en el año.

Hay un villancico que las más antiguas de la comunidad dicen que ya lo cantaba la venerable sor Mónica de Jesús con toda su alma:

“¿Quieres que juguemos, Niño,
al juego de esconder?
Tú te escondes en mi pecho,
que yo en Ti me esconderé.
¡Ay, Niño mío,
qué hermoso estás!
Solo en amarte
mi dicha está. (bis)
Quien te ha enseñado tan pronto
a tener tan malas mañas,
que robas los corazones
como si fueran castañas”.

Hasta hace poco la comunidad tenía la misa del gallo a la media noche; “últimamente más bien de gallina porque nos la adelantan a las diez por la avanzada juventud de nuestro capellán. Es la hora de la cena para las familias de Baeza y viene poca gente”. Después de la solemne eucaristía los asistentes suelen subir a la reja a felicitar a las monjas. Éstas por su parte felicitan al capellán.

“Ya fuera del coro nos abrazamos y felicitamos toda la comunidad. De seguido vamos a la sala de recreo donde damos rienda suelta a la alegría: «No la debemos dormir la Noche Santa…»”

25 de diciembre: Navidad

“El día de Navidad –dice la priora–, tenemos la eucaristía a las 9.30 a la que viene mucha gente. Al finalizar bien por la reja, en el locutorio, bien por el torno nos llegan sus felicitaciones. Siempre hay alguien que nos trae algún alimento especial, diciéndonos: «Como lo tenemos para la familia queremos que ustedes participen». No lo deseamos, pero lo recibimos con gratitud”.

Por la tarde, después de las vísperas, la comunidad comienza el octavario al Niño Dios, se encienden las luces del belén y una buena parte de la oración “la pasamos cantando villancicos y arrullando al Divino Niño”. Así son todos los días del octavario, según la tradición de la comunidad.


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Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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