DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Disputa tú; a mí me basta creer Rom 11,12-15.29-32

¿Crees que nosotros podemos escrutar esto que llenó de tanto terror al Apóstol? Estremeciéndose al considerar tan gran profundidad y sublimidad, exclamó: ¡Oh abismo de riqueza de la sabiduría y ciencia de Dios! ¿Qué es lo que había dicho antes que le llevó a tal exclamación? Había dicho una cosa que, si no se cree a Dios, que en él no hay maldad, se juzgaría como algo inicuo. Decía a la gentilidad, decía a los fieles hablando de los judíos: Así como vosotros en otro tiempo no creísteis en Dios, y al presente, habéis conseguido su misericordia a causa de su incredulidad, así tampoco éstos creyeron para vuestra misericordia. Dios encerró a todos en la incredulidad para apiadarse de todos (Rom 11, 30ss). Después de esto irrumpió en esta exclamación. Y ¿cuál es la razón de la rectitud y justicia de Dios al encerrar a todos en la incredulidad para luego compadecerse de todos? Tú buscas una razón y yo me estremezco ante la sublimidad. ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! Tú buscas razones; pero yo me quedaré en la admiración. Disputa tú; a mí me basta creer. Veo la profundidad, pero no puedo llegar hasta el fondo. ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios y inescrutables sus caminos! ¿Nos lo explicará tal vez el Apóstol? ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio primero que tenga que devolverle? Porque de él, por él y en él están todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los siglos (Rom 11, 33-36).

Descansó el Apóstol una vez que encontró el motivo de admiración. Por lo tanto, que nadie me exija a mí los motivos de cosas tan ocultas. Dice él: Sus juicios son insondables, ¿y vienes tú a examinarlos? Dice él: Inescrutables son sus caminos, ¿y has venido tú a investigarlos? Si has venido a investigar lo insondable y a escrudiñar lo inescrutable, cree, pues, que has perecido. Lo mismo es examinar lo insondable y escudriñar lo inescrutable que querer ver lo invisible y hablar lo inefable.

Sermón 27,7