sábado, agosto 01, 2009

Agustín y Mónica: las líneas maestras de una relación que definió las líneas maestras de una vida ( Primera Parte)


Larissa C. Seelbach

Agustín nos dejó la imagen imperecedera de sus relaciones con Mónica, su madre. La importancia de esta relación de la que da testimonio sobre todo en las Confesiones difícilmente puede sobreestimarse. El Padre de la Iglesia describe a Mónica desde su punto de vista y se considera, de hecho, como el centro de la vida de su madre. Nada nos indica cómo vivió la propia Mónica todo ese derrotero: no sabemos de su personalidad sino a través de su hijo.

De esta forma, la relación entre madre e hijo se intuye como un hilo conductor que podemos ir siguiendo por todas las Confesiones. Agustín comienza el noveno libro de esta obra, que se detiene más que los anteriores en la vida de Mónica, con una frase que es todo un programa: “Oh, Señor, siervo tuyo soy e hijo de tu sierva” (conf. I, I). Siendo como es ducho en retórica, Agustín presenta a su madre como modelo espiritual de fe y como virtuosa encarnación de una mujer fuera de serie que destacaba en su entorno.

Pero ¿por qué precisaba Agustín de un ideal femenino de vida cristiana? ¿No tenía acaso su vida suficiente brillo? Lo tenía, por supuesto, pero era también una vida controvertida. Su pasado de maniqueo seguía persiguiéndole cuando ya era obispo, le valió numerosas críticas y polarizó la atención. Agustín podía zafarse de una oposición así si esgrimía, como ejemplo, a una viuda cristiana y si su estrecho parentesco con ella era una baza añadida no desdeñable. Las lágrimas y las oraciones de Mónica, su fe inquebrantable y las alabanzas que le había dedicado un personaje tan eminente como Ambrosio eran una mina de oro apologética.

Hay más preguntas. Por descontado que Agustín no había tenido papel alguno en la juventud de Mónica y en sus primeros años de matrimonio. ¿Por qué, pues, referirse a ellos? Porque unos potenciales discípulos seguirían con tanto mayor empeño el ejemplo de Mónica si estaban al tanto de esos detalles. Una serie de episodios bien escogidos convertían el pasado en algo atractivo y concreto. A Agustín le faltaba tiempo además para especificar que no estaba elogiando las prendas particulares de Mónica, sino, antes bien, los dones que Dios le había concedido (conf. 9, 8, 17). Examinemos, pues, qué aspectos de su madre le parecían dignos de destacarse y qué más podemos descubrir de ella.

Es muy probable que Mónica viniera al mundo en el año 331 de nuestra era, en una familia cristiana que, seguramente, contaba también con algunos donatistas entre sus miembros. La crió una sirvienta severa (conf. 9,8,17) que no pudo no obstante impedirle que robase vino a escondidas. El día en que otra sirvienta joven la llamó borrachina (meribibulam) el reproche no cayó en saco roto: a partir de ese momento, Mónica dejó de beber vino (conf. 9,8,18). Quien conozca el relato de la juventud de Agustín pensará en al acto en las peras robadas (conf. 2,4,9), aunque necesitó algo más de tiempo para enmendarse. Tal paralelismo proporciona al autor de las Confesiones ocasión para abordar un tema que le es muy caro: la superioridad moral de las mujeres, de quienes los hombres deberían tomar ejemplo.

Aunque los padres de Mónica eran cristianos, casaron a su hija con un pagano. No obstante, está claro que Patricio no deseaba que su mujer renunciara a su fe. Mónica se puso al servicio de su epicúreo marido, soportó con paciencia sus infidelidades y huyó de las discusiones. Su arma era la paciencia, para ser exactos, la paciencia era la virtud que la distinguía como mujer. No oponía una resistencia directa cuando Patricio caía en un nuevo arrebato de ira, pero esperaba a que pasara la tormenta para afearle su conducta. Desde el punto de vista de Agustín, era una forma de dar testimonio de Dios y Mónica, al comportarse así, intentaba además ganar a Patricio para la fe cristiana. Dios velaba en efecto para que Mónica tuviera una conducta impecable para con su marido, de forma tal que éste la respetase, la amase y la admirase (conf. 9, 9, 19). Mónica consi-guió incluso, por su paciencia y su dulzura, caerle en gracia a su suegra quien, al principio, la miraba con escepticismo (conf. 9, 9, 20). Por influencia suya, Patricio acabó convirtiéndose al cristianismo al final de su vida (conf. 9, 9, 22).

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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