jueves, febrero 19, 2009

María, la humilde sierva (Parte III)


Como en un espejo

En las altivas sequeras de los picachos se miran, como en un espejo, los arrogantes y soberbios, y se encuentran altivos también y engreídos. Pero secos y sin espíritu. Desiertos y estériles.
Los sencillos se miran en María y se encuentran llenos del Espíritu del Señor, y se llenan de gozo porque saben que Dios hace maravillas en ellos. Como en ella.


Sin pecado

No convenía que tuviera pecado alguno la mujer que iba a ser madre del Hijo de Dios. Por otra parte, estar o ser llena de gracia -como la llama el ángel- implica necesariamente ausencia total de pecado.
Agustín nunca se refirió explícitamente al hecho de la Inmaculada Concepción de María, pero, en opinión de muchos teólogos, el santo se adelantó mil quinientos años a la proclamación de este misterio como dogma de fe. Estas son sus palabras:

"Por el honor debido al Señor, cuando se trata de pecados, hay que excluirlos totalmente de María, pues a ella le fue conferida más gracia para vencer totalmente el pecado, porque mereció concebir y dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado" (De nat. et gr. 36, 42).


Brilla una vez más la intuición y genialidad de san Agustín, que sabe penetrar certeramente en el misterio de ciertas verdades no explicitadas del todo en las fuentes de la revelación. Como buen Padre de la Iglesia, va dando a luz una serie de afirmaciones – ésta es una más – que van nutriendo los contenidos de la fe, a los que la Iglesia irá dando forma con el tiempo y la labor de los teólogos.
María, pues, fue y es llena de gracia y sin pecado, no por méritos propios, sino porque el hecho de su maternidad divina así lo requería. Así lo creyó Agustín y así nos lo dijo.


Cantor de María

María no es una supermujer; mucho menos una semidiosa. Es una mujer que fue elegida por Dios para que su Hijo, sin dejar de ser Dios, pudiera asumir nuestra misma naturaleza humana. Sencilla, humilde, profundamente religiosa y totalmente abierta y disponible al plan de Dios. Hay que honrarla con el honor que se merece, sin "pasarse", y reconocer el lugar que ocupa en la Iglesia, y no al margen o por encima de ella, sino en el corazón de la misma Iglesia.
Agustín no se queda corto al cantar las excelencias de María y reconocer las maravillas que Dios hizo en ella.
Elegida, virgen, madre fecunda... Destaca en muchos lugares la santidad de María, su fe firme e inquebrantable, su humildad y modestia, su obediencia total a la voluntad de Dios. En un momento de inspiración poética, para expresar el concepto que tiene de la figura de María en relación con el Pueblo de Dios, llega a decir:

"Si el pueblo judío se pudiera considerar como una noche, la Virgen María fue en cierto modo una estrella en la noche" (Serm. 223D, 2).


El puesto de María

Uno de los aportes más destacados del Concilio Vaticano II al tratar de la figura de María, ha sido haberla colocado en el lugar que le corresponde: en la Iglesia, y no al margen o por encima de ella, como ocurría quizás en muchas expresiones de la devoción mariana. Ahí radica precisamente la grandeza de María.
Agustín, una vez más, fue un adelantado en esta materia. Su intuición y su talento, su reflexión sobre el tema de la Iglesia y su amor a ella, le movieron a decir:

"Santa es María, bienaventurada es María; pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero al fin, un miembro del cuerpo entero, y si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros" (Serm. 72A, 7).

Somos miembros de la Iglesia por nuestra condición de creyentes. María también. Pero ella, en palabras de Agustín, es un miembro excelente, un miembro supereminente, un miembro santo. Es decir, una parte de la Iglesia. Y el todo siempre es mayor que una de sus partes, no importa el lugar que ocupe ni la función que desempeñe.


Discípula de su Hijo

María es la primera de los creyentes. Acoge con fe el anuncio del ángel y cree en la palabra que le es anunciada. Sabe que "nada es imposible para Dios" y obedece. A pesar de su sorpresa inicial, presta su asentimiento totalmente libre y dice: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Su pariente Isabel la llamará bienaventurada por haber creído (Lc 1, 45).
En cierta ocasión le comunicaron a Jesús que su madre y sus hermanos estaban fuera y querían verlo, pero que no podían acercarse debido al gentío que en ese momento estaba escuchándole. Y Jesús aprovecha esta circunstancia para decir algo importante. Dice:

"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?... Estos son mi madre y mis hermanos. Cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12, 48-50).

Y éste es el comentario que hace Agustín:

"Hizo Santa María la voluntad del Padre; por eso, más es para María ser discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo... Por eso era dichosa María, porque oyó la palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: más es lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre" (Serm. 72A, 7).

María es doblemente dichosa. Primero, porque creyó. En segundo lugar, porque dio a luz a la misma Palabra. Lo primero, en cuanto discípula de su Hijo, es más importante. Lo segundo, aunque sea un privilegio especialísimo y único, otorgado por Dios, ocupa un segundo lugar. Es otra de las intuiciones propias de Agustín.
Nosotros, en cuanto discípulos de Jesús, somos dichosos porque "concebimos" en nuestra mente a la Palabra de vida, al mismo Cristo, y la guardamos con amor. Lo mismo que María. Pero es que, además, podemos ser también madres de Cristo. En cierto modo, como ella. Nos lo dice Agustín en ese mismo sermón:

"Por lo tanto, los miembros de Cristo den a luz en su mente, como María dio a luz a Cristo en su vientre, sin dejar de ser virgen, y de ese modo seréis madre de Cristo" (Serm. 72A, 8).


Madre de la Iglesia

Dios se fijó en la pequeñez de María e hizo maravillas en ella. Y la maravilla mayor o más excelente fue hacerla madre de su Hijo. Después de la maternidad divina, la grandeza mayor de María fue y es su maternidad espiritual de todos los seguidores de Jesús.
Agustín nunca se refirió a María con el título de Madre de la Iglesia, pero sí al hecho mismo, en cuanto madre de todos los creyentes congregados en una misma fe. Muchos siglos más tarde, Pablo VI proclamaría a María como Madre de la Iglesia, apoyándose sobre todo en este texto de Agustín:

"Solamente María es madre y virgen, no sólo en el espíritu, sino también en el cuerpo. No es madre, según el espíritu, de nuestra cabeza, el Salvador, de quien es espiritualmente hija, porque también ella está entre los que creyeron en él, y que son llamados con razón hijos del esposo. Pero María es ciertamente madre de sus miembros, que somos nosotros, por haber cooperado con su amor a que naciéramos de la Iglesia los fieles miembros de aquella cabeza, de la que es efectivamente madre según el cuerpo" (De s. virg. 6, 6).

En todo lo que refiere al tema de María, san Agustín es un teólogo equilibrado en sus expresiones, profundo en su contenido, adelantado en muchas de sus afirmaciones, cantor de las excelencias de María, particularmente de su maternidad divina y espiritual, su virginidad y fecundidad, su modestia y sencillez de vida, su obediencia en la fe y su disponibilidad al proyecto de Dios.
Nosotros, los creyentes de hoy y de siempre, sabemos a qué fuentes acudir para conocer mejor el puesto de María en la historia de la salvación, su papel de mediadora entre su Hijo y nosotros, su lugar en la Iglesia y las maravillas que Dios ha hecho en ella y, por ella, en nosotros. San Agustín es una de las fuentes más ricas y abundantes.


Concluyo esta reflexión orando con Agustín a María:

"¡Oh María! Tú eres virgen, tú eres santa, tú has ofrecido un voto, pero mucho más has merecido, o más bien, mucho has recibido. Pero, ¿cómo has merecido esto? En ti se hace carne el Verbo de Dios, humanándose sin dejar la divinidad (...). Y el Verbo se une a la carne, el Verbo desposa a la carne. Y tálamo de tan gran desposorio es tu seno; sí, repito, el tálamo de este desposorio es tu seno (...). Te halló virgen, al ser concebido; te deja virgen, al nacer. Da la fecundidad sin merma de la integridad. Pero, ¿de dónde te viene todo esto?... Responda el ángel: Ya lo dije al saludarla: "Dios te salve, llena de gracia" (Serm. 291, 6).

PALABRAS DE AGUSTÍN

"Al que no contienen los cielos, lo llevaba el seno de una sola mujer: ella gobernaba a nuestro Rey; ella llevaba a aquél en quien existimos; ella amamantaba a nuestro pan. ¡Oh debilidad manifiesta y maravillosa humildad, en la que de tal modo se ocultó la divinidad!" (Serm. 184, 3).
"El Cuerpo de Cristo fue tomado de la carne de mujer, la cual había sido concebida de carne de pecado; pero como en ella no se concibió la de Jesucristo como fue concebida la carne de ella, tampoco la carne concebida en ella fue carne de pecado, sino semejanza de carne de pecado" (De gen. ad litt. 10, 18, 32).
"La virginidad que Cristo pensaba abrigar en el corazón de su Iglesia, la anticipó en el cuerpo de María" (Serm. 188, 4).
"Son también madres espirituales de Cristo las mujeres fieles casadas y las vírgenes consagradas a Dios, porque cumplen la voluntad del Padre con sus santas costumbres, con la caridad de corazón puro, conciencia recta y fe auténtica" (De s. virg. 6, 6).

Para la reflexión personal o en grupo
• ¿Qué lugar ocupa María en tu vida cristiana? ¿Es para ti modelo de vida, o solamente alguien a quien hay que pedir protección y ayuda?
• ¿Qué aspectos de la vida de María crees que deberías imitar más en este momento? ¿La fe, la humildad, la obediencia, el amor entregado...?
• ¿Crees que María es camino para llegar a Jesús? ¿Por qué?
• ¿Te cuesta ser o mostrarte disponible a lo que Dios te pida o quiera de ti? ¿Qué es lo que experimentas cuando te entregas totalmente a la voluntad de Dios?
• ¿Qué es lo que más te llama la atención del Magnificat o Cántico de María? ¿Cuáles son sus sentimientos acerca de los pobres y desposeídos? ¿Los haces también tuyos?


P. Teodoro Baztán- "Lámparas de Barro"


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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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