domingo, diciembre 28, 2008

La Sagrada Familia: Mejorar el ambiente



A la vez que crece la conciencia de la necesidad de cuidar el medio ambiente, se hace necesario que emprendamos un proceso urgente para mejorar el clima de las familias. Atrás quedaron los discursos. Hacen falta hechos.

Especies protegidas, parques naturales, reservas, santuarios de ballenas, cumbres sobre el cambio climático, recogida selectiva de residuos, plantas de reciclaje, el protocolo de Kyoto… son algunas de las medidas que en los últimos años se han ido tomando por parte de los gobiernos para intentar preservar el ecosistema. En la sociedad se está poco a poco asentando una conciencia ecológica que nos permita gozar el mayor tiempo posible de este magnífico escenario que es el planeta Tierra.

Sin embargo, y no es ni mucho menos mi intención caer en uno de los vicios favoritos de buena parte del clero: el catastrofismo, no parecemos estar tan sensibilizados con otro ecosistema fundamental para cualquier sociedad: la familia. En líneas generales, la atmósfera familiar se ve cada vez más amenazada por el gas del individualismo, del activismo, de la falta de comunicación, de la falta de cariño, de la violencia, del desprecio de los mayores, de la indiferencia religiosa. Parece que a Dios lo hemos sacado a dormir a la terraza y sólo le dejamos entrar cuando alguna cosa se complica, y no hay más remedio. Sin embargo, a pesar de esta situación aparente de crisis, entre los jóvenes, creyentes y no creyentes, es la institución más valorada. con lo cual puede que lo que esté en crisis sea el modelo, pero no la familia en sí.

Como personas, necesitamos de la convivencia con el resto de seres humanos para desarrollarnos plenamente. La familia es el marco insustituible, la escuela necesaria para aprender a entablar las relaciones profundamente humanas que cimienten nuestro desarrollo personal. Sea cual fuere nuestro papel, nuestro rol: hijo, hermano, pareja, padre o madre, abuelo, en cada una de esas situaciones la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana siempre y cuando todo encuentro con el otro lo aprovechamos para desplegar nuestra capacidad de amar y ser amados. En la familia se aprende a salir de sí mismo. Las relaciones familiares tendrían que enseñarnos a dejar nuestro individualismo y egoísmo. Si en la familia superamos la tentación de mirarnos al ombligo, del protagonismo, del exclusivismo, aprenderemos a tratar a todos con la misma humanidad: exigir cada día menos y darnos cada día más, sin chantajes ni intereses.

Con el evangelio en la mano, como cristianos, debemos intentar dar respuesta a los problemas que plantea la familia hoy. Se ha terminado ya el tiempo para las excusas y el bla, bla, bla. Hablar de la familia no es sólo hacer apología o dictar normas y hacer divisiones; hablar de familia es primero acoger y facilitar, no poner obstáculos que en su mayoría responden a otra época y sobre todo a otra situación social bastante distinta a la que hoy estamos viviendo, en la que el numero de familias rotas crece alarmantemente con los problemas que esto trae consigo. En mi opinión, ahora más que nunca, debemos esforzarnos por cuidar y mantener los lazos familiares. El deshielo que afecta a los polos norte y sur, en las relaciones familiares produce el efecto contrario, del calor estamos pasando al hielo. Es muy importante que nos esforcemos en la comunicación, el diálogo, por dedicar tiempo a los hijos y a los mayores. El amor que vivimos en la familia es regalo de Dios, que es amor, y se convierte en tarea diaria para toda la familia. Por último, la familia tiene también una misión evangelizadora, pues la familia cristiana es creadora de ternura y con ella debe salir al encuentro de los más necesitados. Son muchas las dificultades que las familias tienen hoy en día para salir adelante y como cristianos también tenemos algo que decir sobre la vivienda, el desempleo, los salarios… problemas bastante más importantes y que mueven bastantes menos pancartas, autobuses e incensarios que otros.

Las lecturas de este domingo nos muestran la fe de Abraham, que es también la fe de los padres hacia los hijos, una fe ciega, una confianza absoluta. El evangelio nos describe la cruda realidad que va a dar comienzo Jesús. A lo largo del evangelio irá tomando cuerpo la idea que hoy se lanza. Jesús no vino para dejar las cosas como estaban. Jesús vino, como sabemos, a dar un nuevo color y sabor a la vida. Por ello será “bandera discutida” dice Simeón de Él. Somos sus seguidores, ¿acaso nos conformamos con lo que estamos viviendo? Podemos y debemos proponer algo distinto para devolver un ambiente saludable a las familias.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)

(Tomado de www.agustinosrecoletos.org)

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