lunes, diciembre 15, 2008

Domingo III de Adviento: Alegría sin envoltorio


El tercer domingo de Adviento es el de la alegría. Todos perseguimos la felicidad. La de los cristianos camina de la mano de la esperanza.

Las luces en las calles y comercios, las tarjetas de felicitación, las compras de regalos o de viandas, las cenas de empresa, los nacimientos más o menos hermosos que se van colocando en las casas nos anuncian que la Navidad está ya a la vuelta de la esquina. En estos días todos nos volvemos más solidarios y tolerantes y repartimos a discreción deseos de paz y felicidad. El llamado “Espíritu de la Navidad” comienza a impregnar el ambiente. Parece que nuestro entorno es el que nos obliga a ser felices. ¿Y a partir del día 6 de enero qué pasa? Una vez que quitamos el envoltorio de luces, turrón, regalos y sonrisas que ahora nos envuelve, una vez que guardemos en el armario las figuras del Belén y el último matasuegras de fin de año, el espíritu navideño se esfuma hasta el próximo año, y entonces regresamos inmediatamente a la realidad, a la monotonía, a la prisa, a los caras de perro… ¿Dónde quedó la alegría, la paz, la felicidad y los buenos deseos?

La liturgia de este domingo nos invita como nunca, como muy pocas veces, por desgracia, a estar alegres: Estad siempre alegres nos dice hoy Pablo en la Carta a los Tesalonicenses. El profeta Isaías se siente feliz y exultante como no puede ser de otra forma porque va anunciar un mensaje de vida, de salvación para todo el pueblo. En el evangelio nos volvemos a encontrar con Juan el Bautista pero esta vez desde la óptica del cuarto evangelio. El mensaje de alegría también está contenido en el evangelio aunque no se vea a simple vista. La alegría está en la invitación a la esperanza, con ese Allanad que invita a abrir nuestros horizontes. Alegría y esperanza van unidas.

En este tiempo de Adviento, de espera, depende a qué tipo de Dios se espere la alegría será mayor o menor. Me explico: Hay quien espera un Dios que no da de Sí nada más que para que sus adeptos alcancen (si es que pueden) una dosis aceptable de resignación y aguante en este valle de lágrimas. Y hay creyentes cuyo Dios es una fuente incesante de alegría y hasta de ilusión, incluso en las peores situaciones de la vida. Con lo cual, el Dios de la alegría es la razón de ser de la felicidad de los cristianos. Ese es en mi opinión el verdadero Dios. No el otro. La alegría del Evangelio es optimista sin ser ciega. Es constante sin ser fácil. Tiene que ver con palabras como sentido, fe, lucha, opción, camino, reto, humanidad. Es la alegría que puede reír, y también llorar. Es la que ensancha el corazón, la que paga al rencoroso y al hipócrita con la calidez de una mirada acogedora; la que se siente amada e inundada de ternura, la que no tiene nada que temer porque espera un Dios acorde con el Evangelio y no con los negros nubarrones del Dios juez y vengador que no se merece que lo espere ni nuestro peor enemigo.

Nuestra alegría, la alegría de los cristianos, está mucho más allá del envoltorio de ilusiones y buenos deseos de estos días. Nuestra alegría ha de permanecer pues está enraizada en el Señor, que nos quiere y nos ama como a hijos suyos y esto no es un tópico, es verdad.. A pesar de que en ocasiones la vida nos llene de tinieblas el horizonte, y seguir creyendo sea un ejercicio de malabares, como lo era para el pueblo de Israel en el destierro, en el momento de escuchar al profeta, ojalá sepamos buscar siempre el lado positivo y nos demos cuenta de que Dios está con nosotros siempre. Seamos gente contenta, que en nuestro corazón desborde la alegría, porque la amistad que vivimos con Dios, nos mantiene en contacto con lo mejor de nosotros mismos. En nuestro interior arde la llama del Espíritu, que nos mantiene cálidos, encendidos y vivos para transmitir vida, calor y color alrededor, a la vez que gozamos de una vida plena e interesante, una vida que se mueve con una esperanza firme: Dios nace, Dios me renueva. Dios me alegra. y, por tanto, yo tengo que alegrar a los demás.

Termino con un texto de Rabindranath Tagore: Mi alegría es vigilar, esperar junto al camino, donde la sombra va tras la luz y la lluvia sigue los pasos del verano. Del alba al anochecer estoy sentado a mi puerta. Sé que cuando menos lo piense, vendrá el feliz instante en que veré. Mientras, sonrío y canto solo. Mientras, el aire se está llenando de aroma de promesa.

Al igual que el domingo pasado, os digo, te digo: el adviento es para vivirlo, no dejes que nadie lo viva por ti. No te conformes con que otros celebren la Navidad. Dios nace para ti. Disfrutalo.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)

(Tomado de www.agustinosrecoletos.org)

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