domingo, noviembre 30, 2008

ADVIENTO, CAMINO DE NAVIDAD


Todo cristiano sabe que el año litúrgico empieza con la primera semana de Adviento, es decir, cuatro semanas antes de Navidad. Este período de cuatro semanas es llamado tiempo de Adviento que significa advenimiento, venida, llegada.

Ya en Roma pagana, ‘adventus’ significaba la venida o actuación especial del Dios en el templo. Al cabo de algunos siglos pasó a significar en la liturgia, el tiempo de espera, la religiosa actitud que el cristiano debe adoptar ante la celebración de la venida del Señor.

La Iglesia tiene los ojos puestos en la llegada del Mesías, del Salvador del mundo. Y para conmemorar tan magno acontecimiento nos da un tiempo de preparación, de espera gozosa y responsable. Es la manera cristiana de empezar el año. No el simple pasar la hoja del calendario. Ni siquiera el hecho de cambiar de cifra el almanaque. Eso, no nos engañemos, ni trasforma ni mejora. La revisión, el cambio a mejor de nuestras actitudes, la conversión, es labor lenta y requiere esfuerzo continuado y escucha dócil de la Palabra de Dios. Por eso, ante el gran Día que da la luz y sentido al ‘año’ del cristiano y a toda su existencia, la Iglesia establece el Adviento para prepararnos a recibir los dones y beneficios que nos trae el Nacimiento del Niño Dios.
En tres personajes centra la liturgia el tiempo de Adviento: Isaías, Juan el Bautista y la Virgen María.

El profeta Isaías nos hablará del cumplimiento de las promesas, de suscitar un pimpollo del tronco de David que hará justicia y derecho sobre la tierra: “Alumbraré ríos en las cumbres peladas, trasformaré el desierto en estanques y el yermo en fuentes de agua. Plantaré cedros en los desiertos, y acacias y mirtos y olivos… para que todos se enteren que la mano de Yavé ha hecho esto, que el Señor lo ha creado”. (Is 44 18-20).

Juan Bautista es el Precursor que señala a Jesús ya presente, y habla de arrepentimiento porque ya ha llegado el Reino, de preparar caminos, de enderezar las sendas. Y a quien le pregunta, responde en frases cortantes: “Quien tenga dos túnicas, dé una al que no la tiene; el que tenga alimento, haga lo mismo”. Y responde crudamente por gremios: a los inspectores de aduanas y a los empleados del fisco: “No cobréis coima, ni exijáis más de la tasa’; a los militares les espeta: “No hagáis extorsión, no denunciéis injustamente y contentaos con vuestro sueldo”. (Lc. 3 10-14). Y así continúa el plan operativo del Bautista para sanar la sociedad, para humanizar al hombre.

El tercer personaje es María, la que creyó, confiada en la Palabra del Señor, y en la cual se han obrado maravillas: “Por eso lo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios… pues para Dios nada hay imposible”. (Lc 1 34-36).
Este es el espíritu del Adviento: atender el mensaje de Isaías, obedecer a la voz del Bautista, imitar la actitud de María.

Así andaremos por el camino derecho de la dignidad humana que nos lleva al acontecimiento de Belén, a lo que significa el Nacimiento de Jesús.

El fervor de los primitivos fieles fue informando de espíritu cristiano sucesos, ambientes, tiempos, costumbres… Eso es hacer arraigo e iluminación evangélica. Es el rescate, la liberación que la teología debe ejercer como tarea. La teología no debe ser nunca ‘ancilla’, esclava al servicio de ningún sistema o ideología. En cambio sí tiene fuerza trasformante, como la levadura, para iluminar, sanar desde dentro, salvar corazones, hechos, tiempos…
Al ‘adventus’ del paganismo, los cristianos le infundieron el nuevo espíritu, la esperanza de salvación. Lo mismo hicieron con la Navidad. En Roma se festejaba al dios solar o el nacimiento del sol, el invicto, después de la noche más larga del año por el solsticio del invierno, hacia el 25 de diciembre. De nuevo los cristianos trasladaron el significado, llenaron de sentido esa fecha al celebrar el Nacimiento de Cristo, único ‘Sol de Justicia’ (Mal 3 20), y verdadera ‘luz del mundo’ (Jn 8 12). Estas –y otras mucho más hondas– son las liberaciones que la teología debe ir haciendo a través de todos los tiempos. Es su misión. Ni interrumpirla, ni desviarla…

Y hoy –otra vez– es necesario el ferviente empuje y el decidido testimonio de los cristianos para rescatar la Navidad auténtica.
¡Felices Pascuas!


P. Donato Jiménez, OAR
"Con flor que siempre nace"

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