SANTA MÓNICA, MADRE DE SAN AGUSTÍN (2)
De recién nacido le
llevó a la iglesia, le inscribió en el registro de los catecúmenos y le inculcó
el amor a Jesucristo. Un día Agustín confesará que ningún libro, “por elegante
y erudito que fuera”, le llenaba totalmente si en él no hallaba el nombre de
Jesucristo, cuya dulzura había mamado “con la leche de mi madre” (Conf. 3,4,8).
Sin embargo, de acuerdo con la práctica de su tiempo, Mónica no sintió la
necesidad de bautizar a su hijo. En perfecto acuerdo con su esposo se desvivió
por darle una educación esmerada, y no la interrumpió ni cuando la muerte del
marido debilitó el presupuesto
familiar ni cuando
el despertar de las pasiones el amor maternal la llevó a subordinar el bien
espiritual de su hijo a su carrera profesional. Temió que el matrimonio diera
al traste con sus estudios y, en consecuencia, comprometiera también su
porvenir profesional.
Algunos biógrafos
han visto en este proceder de la santa una prueba de su perspicacia. Agustín no
era de ese parecer. A pesar del afecto con que rodea a su madre, en las
Confesiones lo censura y lo atribuye a la debilidad de su fe: “Ni mi madre
carnal, que ya había comenzado a alejarse de Babilonia, pero que en lo demás
iba despacio, cuidó […] de contener con los lazos del matrimonio aquello que había
oído a su marido de mí […]. Tenía miedo de que con el vínculo matrimonial se frustrase
la esperanza que sobre mí tenía. No la esperanza de la vida futura, que mi madre
tenía puesta en ti, sino la esperanza de las letras, que ambos, padre y madre, deseaban
ardientemente”. Ella creía que los estudios, lejos de embarazarle, habrían de
serle “de no poca ayuda para alcanzarte a ti” (Conf. 2,4,8). Su fe necesitaba
el abono de la tribulación. Y ésta no le iba a faltar. Del 371 al 386 Mónica
sufre un auténtico calvario. Un día Agustín se va a vivir con una mujer, otro
abandona
Un sueño en que ve
a su hijo en la misma regla en que se halla ella la reconforta y le da la
seguridad de la victoria. Un día su hijo compartirá su fe. El 374 alcanza a su
hijo en Cartago y durante nueve años vive con él, hasta el 383, en que sufre
una de las grandes desilusiones de su vida. Agustín, insatisfecho de los
estudiantes de Cartago, quiere probar suerte en Roma y, para hacerlo con más
Finalmente, la
noche de Pascua, asiste llena de júbilo al bautismo de su hijo, de su nieto
Adeodato y de Alipio, el amigo del alma de Agustín.
A las pocas semanas
estaban todos en Ostia, a la espera de una nave que les devolviera a África. En
la patria les sería fácil dar con un lugar apropiado para servir a Dios. Un
día, mientras descansan del viaje, madre e hijo experimentan el llamado éxtasis
de Ostia. Asomados a la ventana discurren juntos “sobre cómo sería la vida eterna
de los santos […], llegando a tocar con el ímpetu de su corazón aquella región de
la abundancia indeficiente en la que tú apacientas a Israel eternamente con el pasto
de la verdad”.
Mónica presintió la
cercanía de la muerte. “Hijo mío, nada me deleita ya en esta vida […] Una cosa
deseaba y era el verte cristiano católico antes de morir. Dios me lo ha
concedido con creces, puesto que, despreciada la felicidad terrena, te veo siervo
suyo. ¿Qué hago ya aquí” (Conf. 9.10,26). A los cinco días cayó en cama y tras
breve enfermedad expiró: “a los nueve días de su enfermedad, a los 56 años de
su edad y 33 de la mía, fue libertada del cuerpo aquella alma religiosa y pía” (Conf.
9,11,28).
Agustín, plegándose a su última voluntad, enterró a su madre en Ostia: “enterrad este cuerpo en cualquier parte, ni os preocupe más su cuidado; sólo osruego que os acordéis de mí ante el altar del Señor […] Nada hay lejos para Dios ni hay que temer que ignore al fin del mundo dónde estoy para resucitarme” (Conf. 9,11,27-28).
Por la senda de la santida
A los 40 años Dios
no era aún el único objeto de su vida. La tribulación, la oración continua,
El culto
Mónica se despreocupó de su cuerpo. Pero los cristianos no lo olvidaron. Anicio Auquenio Basso mandó esculpir en su tumba una inscripción métrica (408). El 9 de abril de 1430 Martín V trasladó sus restos a la iglesia romana de San Agustín y los depositó en una hermosa capilla, en la que siguen esperando la resurrección de la carne.
Las Confesiones de
Agustín preservaron su memoria en
En el siglo XIX su
culto se generalizó. En 1850 surgió en la basílica parisiense de Nuestra Señora
de Sión una asociación de madres cristianas, que, tras ser aprobada por Pío IX
(1856), se difundió por todo el orbe. En 1858 ya había 317 uniones en Francia y
19 fuera de ella. A la asociación de Roma, en la que nuestra santa compartía el
patronato con Nuestra Señora del Parto, se le agregaron entre 1884 y 1902 694
uniones radicadas a lo largo y a lo ancho de Italia. Otras 696 lo hicieron desde
En 1982 el padre Lorenzo Infante (1905-1997) fundó en Madrid la “Comunidad Madres Cristianas Santa Mónica” con el fin de formar madres, “que, convencidas de que la fe es el mayor tesoro que pueden legar a sus hijos, defiendan con eficacia la fe de los mismos”. Ya cuenta con miles de inscritas en varios países de Europa, América y Asia.
P. Ángel MARTÍNEZ CUESTA, OAR..
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