Señor, enséñanos a orar
No basta la buena voluntad. No es suficiente muchas veces sentir la necesidad de orar. Ni conocer las técnicas mejores para ello. La oración es don, pero también hay que saberla hacer. Y ambas cosas, la oración y “el saberla hacer”, te vienen de lo alto si lo pides con la oración de petición.
El Espíritu pondrá palabras en tus labios y sentimiento en el corazón para ex-presar esta primera necesidad.
El mundo del hombre es muy complejo, y son muchas las circunstancias adversas que lo rodean: preocupaciones y problemas, cansancios y desánimos, carencias y penuria, falta de horizonte en la vida o sociedad que mata las mejores ilusiones.
“Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”, dice el Señor (Mt. 11, 28). Pero tienes que a prender a ir a él con los pasos del amor. Él te indicará el camino.
El Señor está contigo
Respiras desde siempre sin que nadie te haya enseñado a hacerlo, pero tienes que aprender a andar. Sabes mirar, pero te tienen que enseñar a leer y entender lo que lees. Oyes, pero quizás tienes que aprender a escuchar.
Sabes que Dios está ahí, muy dentro de ti, pero necesitas conocer muy bien el camino para llegar a él. Y el Señor, que es paciente y misericordioso, te va atra-yendo, casi sin darte cuenta, hacia él.
Vives muchos momentos de paz y tranquilidad, las cosas te salen bien, tu casa es un hogar acogedor y lugar de encuentro de amor con la familia, tienes amigos que te quieren de verdad y a quienes amas, el trabajo está asegurado y debidamente remunerado, te sonríe el futuro.
…
Pero olvidas o no sabes cómo agradecer tanta riqueza. Eres como los nueve leprosos del evangelio que, viéndose curados por la palabra y el amor de Jesús, no supieron agradecer. Solamente uno de los diez regresó para dar gracias. Y recibe entonces la salvación por su fe agradecida.
Admiras las obras de los mejores artistas, gozas con ellas y quedas embelesado contemplándolas. Disfrutas contemplando la puesta del sol en el horizonte o sobre el mar, vibras con la música de las más brillantes melodías…, y no sabes contemplar y admirar al Dios fuente de toda belleza y te pierdes el gozo que se deriva de esta contemplación.
El Señor abrirá, si se lo pides, los ojos de tu corazón y afinará los oídos de tu espíritu para entrar en relación personal con él y poder admirar y contemplar, en clima de oración, tanta belleza.
Tomado de: Palabras para el camino. I, 4-5
P. Teodoro Baztán Basterra.
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