NOVENA A SANTA MAGDALENA DE NAGASAKI (VII)
Día séptimo
Reflexión -.Magdalena, misionera solitaria.
El cuatro de septiembre, llegaban al Japón otros dos misioneros agustinos recoletos: Martín de san Nicolás, zaragozano, y Melchor de san Agustín, granadino. Con algunos terciarios agustino-recoletos japoneses, que les han preparado un escondite, se ocultan en los montes. Allí los encuentra Magdalena, la infatigable catequista, la heredera espiritual de Francisco y Vicente. Los abraza y los presenta orgullosa a los cristianos. Les sirve con devoción y trata de hacerles aprender la lengua. De noche los lleva a otros refugios para que administren los sacramentos a los moribundos. Ella, que conoce muy bien los parajes, va y viene. Como una diaconisa, lleva la comunión a los enfermos. Pero Martín y Melchor siguen muy pronto por el camino del martirio a Francisco y Vicente. Y Magdalena queda en cierto modo, huérfana. Y esta vez para siempre. Ha quedado completamente sola en las montañas de Nagasaki. Asistirá a la última y más cruel embestida de la persecución. Con gusto se entregaría al martirio. Pero siente la responsabilidad de sus hermanos, los terciarios agusti-no -recoletos. Además, la reclaman los pobres, escondidos en los montes. No puede abandonar a los que ha ayudado a nacer en la fe, a los que ha levantado en el camino. Recorre los montes para com-partir las penas y aflicciones de los cristianos. Todos reclaman su presencia. Su sonrisa inspira sere-nidad y da vigor al espíritu. Pone en práctica las nociones de medicina que había aprendido del pa-dre Vicente, y cura y atiende a los enfermos. Infunde en todas partes optimismo. Casi no hay sacer-dotes ya por los montes de Nagasaki. Y Magdalena, con gran sacrificio, trata de suplir su falta.
Entre tanto, la persecución se hace cada vez más dura. Durante el suplicio de la horca y hoya algu-nos cristianos, incluso algún misionero, han renegado de la fe. No basta ya la palabra encendida de Magdalena. Hace falta una víctima, que sirva do ejemplo y dé testimonio de fortaleza a los atemori-zados cristianos. Y Magdalena se pregunta si no debe dar la cara al enemigo y ofrecerse como víctima. Su ejemplo podrá servir quizá para frenar aquel triste desfile de apostasías. Por otra parte, no logra borrar de su recuerdo a su familia, a sus padres espirituales, a tantos terciarios que están gozando de la dulce compañía de Dios. Quiere encontrarlos y encontrar a su Amado. En su pecho arde una llama que la empuja irresistiblemente hacia Cristo.
Para añadir a la oración comunitaria:
- Por todos los que vacilan en su fe, o se dejan atenazar por la duda para que con nuestro ejemplo sepan hallar a Cristo Camino, Verdad y Vida. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.
Entre tanto, la persecución se hace cada vez más dura. Durante el suplicio de la horca y hoya algu-nos cristianos, incluso algún misionero, han renegado de la fe. No basta ya la palabra encendida de Magdalena. Hace falta una víctima, que sirva do ejemplo y dé testimonio de fortaleza a los atemori-zados cristianos. Y Magdalena se pregunta si no debe dar la cara al enemigo y ofrecerse como víctima. Su ejemplo podrá servir quizá para frenar aquel triste desfile de apostasías. Por otra parte, no logra borrar de su recuerdo a su familia, a sus padres espirituales, a tantos terciarios que están gozando de la dulce compañía de Dios. Quiere encontrarlos y encontrar a su Amado. En su pecho arde una llama que la empuja irresistiblemente hacia Cristo.
Para añadir a la oración comunitaria:
- Por todos los que vacilan en su fe, o se dejan atenazar por la duda para que con nuestro ejemplo sepan hallar a Cristo Camino, Verdad y Vida. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.
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