domingo, septiembre 27, 2020

DOMINGO XXVITIEMPO ORDINARIO -A

Si el malvado se convierte del mal que hizo vivirá y no morirá.
Dios, al traernos a este mundo, nos ha confiado una responsabilidad; cada uno tenemos nuestra vocación: nos ha llamado a la vida para “algo”. San Pablo en su carta a los Efesios lo dice de una manera clara y sublime. Antes de crearnos, pensó en cada uno de nosotros, nos amó y “nos eligió en la persona de su Hijo Jesús, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor”. “Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,  para que la gloria de su gracia… redunde en alabanza suya”.
Por tanto, nuestra primera responsabilidad es que seamos nosotros mismos, como Dios nos ha pensado, y que vivamos conforme a sus planes divinos. Si nos reconocemos como hijos suyos en su querido Hijo debemos conocer sus designios y tratar de cumplir en todo su santa voluntad. Nuestra madurez humana y cristiana, nuestro crecimiento personal será proporcional a nuestra fidelidad a Él, a nuestra obediencia a sus designios como Padre creador. La vida de Jesús, su comportamiento, su vida y su misma muerte son la gran revelación de esos planes o proyectos de Dios. Sabedor de ello se sintió con fuerzas para decir a los suyos y a nosotros también que “yo soy el camino, la verdad y la vida”. Si nuestro vivir transcurre por los caminos de Jesús y nuestro comportamiento se guía por su verdad, tendremos vida. Pues “para eso he venido al mundo, para que “tengáis vida y vida abundante”. Pero si nos alejamos del ideal humano propuesto por Jesús nos encaminamos hacia la muerte.
Es lo que nos recuerda el profeta Ezequiel: “Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere”.  El varón justo, según la Biblia, es el que cumple la voluntad de Dios. San José era “varón justo”. Nuestro deber primero será conocer esa voluntad para, luego, vivirla y darle cumplimiento. Está en juego nuestra identidad personal y nuestra propia vida. Por ello el salmista, como hemos cantado, suplica a Dios diciendo: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad”.
Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios
La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretean a su alrededor, sino a “los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo” que lo acosan cuando se acerca al templo.
Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: “No quiero”, pero no olvida la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: “Por supuesto que voy, señor”; pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.
El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Pero ante Dios, lo importante no es “hablar” sino “hacer”. Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, las promesas y los rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.
Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Sólo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”.
Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho “sí” a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a “buscar el reino de Dios y su justicia”, se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Con su resistencia al mensaje de Jesús están diciendo “no”; están siendo desobedientes a Dios. No es suficiente el cumplimiento externo de las leyes o de los deberes religiosos. Hay que vivir.
Los recaudadores y prostitutas han dicho “no” a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús, no hay duda: el recaudador Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies, María Magdalena y tantos otros... van por delante en “el camino del reino de Dios”. En este caminar con Cristo ocupan los primeros puestos no quienes hacen solemnes profesiones de fe sino “aquellos malvados, de los que habla Ezequiel, que, convertidos de la maldad, practican el derecho y la justicia y así salvan su vida”. Lo que cuenta ante Dios, lo decisivo, no son las palabras, los sentimientos, las grandes efusiones o discursos, sino el amor real y efectivo vivido día a día, la “mística cotidiana”. La insistencia de Jesús en este aspecto resulta provocativa: “los últimos serán los primeros y los primeros serán últimos”; “el hijo perdido” entrará en la fiesta y el observante quedará fuera, los publicanos y las prostitutas van por delante de los justos en el camino del reino de Dios.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo
Es necesario, por tanto, que volvamos la mirada a quien, “a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos” y que atendamos el llamamiento de San Pablo a los Filipenses: “Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes en un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo”. Adorar a Dios, ser piadosos pero cumplir su santa voluntad: “Hágase tu voluntad en la tierra como se cumple en el cielo”.

P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.




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