lunes, marzo 30, 2020

CUARESMA. DOMINGO V

Seguimos los pasos de Cristo, vida del mundo

Venimos diciendo desde el principio que la cuaresma es camino hacia la pas-cua y que, en este caminar, contamos con la presencia y el ejemplo de Jesús. Como dice el prefacio V de cuaresma, "en nuestro itinerario hacia la luz pas-cual, seguimos los pasos de Cristo, maestro y modelo de la humanidad re-conciliada en el amor". Desde aquel momento del encuentro especial de Jesús con el Padre en el monte de la transfiguración en el que nos lo presenta como el “Hijo predilecto en el que se complace” hasta hoy Jesús se ha hecho pre-sencia para todos los creyentes. Ha sido ejemplo y “palabra” a la que tene-mos que escuchar, pero ha sido también “agua” que sacia la sed como en el caso de la samaritana, ha sido “luz” como lo fue con el ciego que recuperó la vista lavándose los ojos en la piscina de Siloé para convertirse este domingo en “vida”, resucitando a su gran amigo Lázaro. Hoy las tres lecturas bíblicas apuntan al mismo y gozoso mensaje: la vida. Tanto Ezequiel para su pueblo, como Pablo para sus lectores como, sobre todo, el evangelio con el relato de Lázaro, nos aseguran que nuestro destino es la vida. Con razón podemos cantar con el salmo que "del Señor viene la misericordia y la redención co-piosa"; por eso, "mi alma espera en el Señor, más que el centinela la aurora".

Yo soy la resurrección y la vida 

La resurrección de Lázaro fue el último de los grandes "signos" de Jesús, que aceleró su muerte, por la reacción de sus adversarios. El evangelista Juan, como leíamos en los domingos anteriores, elabora una progresiva "cateque-sis" cristológica, esta vez bajo la clave de la vida. El milagro en sí ocupa po-cos versículos. Pero Juan lo hace preceder de un diálogo muy vivo entre Je-sús y las hermanas de Lázaro. Todo desemboca en el "yo soy" de Cristo, que, como hemos dicho, se nos había presentado ya como "fuente de agua viva" y como "luz del mundo", para revelarse hoy como "la resurrección y la vida" de la humanidad.

Ya en el prólogo de su evangelio, Juan nos decía que “en él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres”. Pero hoy, en su diálogo con las hermanas de Lázaro, afirma con mayor insistencia: “yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”. En ese diálogo muestra su do-lor por la muerte de su amigo, pero les anima a que tengan fe, pues resucita-rá, a la vez que extiende esa compasión a todos los crean en él: “… aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Es una buena noticia para los momentos que estamos viviendo ahora toda la humanidad con motivo  del “coronavirus”.

Dios quiere abrir sepulcros 

Es en este tiempo y en la sociedad en la que estamos donde los cristianos hemos de dar razón de nuestra esperanza, a nosotros mismos y a los hom-bres y mujeres con los que compartimos lo que está ocurriendo. Una espe-ranza que no es una utopía más, ni una reacción desesperada frente a las cri-sis e incertidumbres del momento, sino que se enraíza en Jesucristo, crucifi-cado por los hombres pero resucitado por Dios.

Nuestra esperanza tiene un nombre: Jesucristo. Se funda en un hecho: su re-surrección. Todo lo que se encierra en la esperanza del cristiano, capaz de esperar contra toda esperanza, nace del crucificado que ha sido resucitado por Dios. Solo desde Cristo resucitado se nos revela el futuro último que podemos esperar para la humanidad, el camino que puede llevar al hombre a su verdadera plenitud y la garantía última ante el fracaso, la injusticia y la muerte.

La resurrección de Cristo abre para toda la humanidad un futuro de vida plena. Él se nos ha anticipado a todos para recibir del Padre una vida defini-tiva que nos está también reservada a nosotros. Su resurrección es funda-mento y garantía de la nuestra. «Dios que resucitó al Señor, también nos re-sucitará a nosotros por su fuerza» (ICor 6,14). La muerte no tiene la última palabra. El hambre, las guerras, los genocidios, las limpiezas étnicas no cons-tituyen el horizonte último de la historia. El sida, el coronavirus, la metralle-ta, el cáncer no terminan con el hombre. El ser humano puede esperar algo más que lo que brota de las posibilidades mismas del hombre y del mundo.
El Dios de la esperanza.

Este es el verdadero nombre de Dios. Su realidad última tal como se nos re-vela en la resurrección de Jesús. En Cristo se nos ha descubierto que «Dios es amor», pero amor resucitador. Por eso, Dios es para nosotros «el Dios de la esperanza» (Rom 15,13). No solo el creador que, en los orígenes, pone en marcha la vida, sino el resucitador que, al final, realiza «la nueva creación». Dios está al comienzo y al final. Por eso nosotros «no ponemos nuestra con-fianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos». Desde esta perspectiva, podemos decir que lo propio de Dios es, sobre todo, el fu-turo ultimo. Dios está presente en nuestra vida prometiendo, garantizando y abriendo futuro. Más que dentro de nosotros o encima, a Dios lo tenemos delante de nosotros. El Dios de Jesucristo es «el Dios de la resurrección», el que, desde Cristo resucitado, nos abre camino hacia nuestro «futuro últi-mo». En ese Dios creemos los cristianos. «El Dios que da vida a los muertos y llama a lo que no es para que sea» (Rom 4,17). Dios no descansará hasta que la vida que nació de su amor infinito de Padre venza definitivamente a la muerte, y aparezca la nueva creación en todo su esplendor. No se revelará plenamente como Dios Salvador hasta que el hombre alcance su humaniza-ción plena, la vida eterna junto a Él.

La Eucaristía, garantía y semilla de vida

La Eucaristía es semilla, anticipo y garantía de esa vida eterna.
El Señor Resucitado, que ya está en esa vida definitiva, se apodera del pan y del vino que traemos en el ofertorio al altar, y entonces, identificado radi-calmente con esos dos elementos, se nos da a nosotros, comunicándonos así su vida para siempre. Por eso nos dijo san Juan, en el discurso de Jesús so-bre el “Pan de vida": “el que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida en mí y yo en él y yo le resucitaré el último día... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí”.

La conversación de Jesús con sus amigas Marta y María y la resurrección de su hermano Lázaro deben ser para nosotros la mejor invitación a la esperan-za y a la confianza en Dios.

P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.

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