domingo, abril 15, 2018

III DOMINGO DE PASCUA (B) Reflexión

Nueva aparición de Jesús a sus discípulos. En  la esta ocasión nos la presenta san Lucas. Ya se había aparecido a los dos discípulos que iban a Emaús, que volvieron a Jerusalén contentos y llenos de alegría porque el Señor se les había aparecido en el camino y lo habían reconocido al partir el pan. 

Están de nuevo reunidos los discípulos y se presenta Jesús en medio de ellos. Y ¿cuál es la reacción de ellos? Es doble: Por una parte, incredulidad. Por otra, creen ver un fantasma. Tienen miedo, porque acaban de matar al Maestro y piensan que ahora los pueden perseguir a ellos. 

Y, sin duda, como consecuencia de este miedo, creen ver un fantasma… No puede ser verdad lo que están viendo. No puede ser el Maestro. Habían presenciado la tortura de su pasión, especialmente en el calvario, sabían que había muerto, les constaba que había sido enterrado… No puede ser él.

¿Cuál o cómo sería nuestra reacción si, por un imposible, alguien muy querido y cercano a nosotros -padre, hijo, esposa, etc.- hubiera muerto realmente y sepultado, se le ha llorado con inmensa tristeza, nos ha producido mucha soledad, etc., y de pronto se presentara al día siguiente en nuestra casa ante nosotros? Miedo, susto, incredulidad…

Pero Él les  prueba que es Él en realidad. Les muestra las manos y los pies, y come con ellos.
Jesús nos hace, a nosotros, la misma pregunta que hizo a sus discípulos: “¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?”. Es normal y muy explicable que tengamos dudas en nuestro camino de fe, o en nuestra condición de creyentes. La duda no es mala. Incluso podría ser, de darse, hasta conveniente si ella nos llevara o nos empujara a buscar la verdad.  

No hemos visto físicamente al Señor y creemos en Él. “Dichosos los que crean sin haber visto”. No tenemos pruebas, pero tenemos la seguridad de que está vivo, porque resucitó, está con nosotros y en nosotros, y es salvación para todos. Y esta fe nos hace felices porque nos llena de esperanza y de vida.

Pero para muchos Jesús viene a ser una ficción o un mito, una leyenda de tantas. No creen en él. Y no es porque estén atenazados por el miedo. Quizás, porque ha habido deficiencias graves en su formación religiosa, o influencias extrañas a lo largo de su vida. Pueden ser muchas las causas. No los podemos juzgar. Mucho menos condenar. Sí, rezar por ellos.

Los discípulos se llenaron de alegría al constatar que quien estaba delante de ellos era realmente el Maestro. Para ellos fue una auténtica fiesta. Se llenaron de gozo. La fe, en cuanto adhesión a la persona de Jesús, en cuando acogida de él en nuestra vida, en nuestro corazón, nos produce alegría y gozo. ¿Qué importa que no lo veamos con nuestros ojos, si nuestro corazón nos dice que es Él? Y esta seguridad viene avalada por la Palabra de Dios.

Si la fe no nos produce gozo, algo grave falla. Será carga, y no vida.

Pero la fe en Jesús resucitado es también compromiso. Como lo fue para los discípulos. Después de que han dudado, lo han reconocido y compartido con él un poco de comida, les dice: “Vosotros sois testigos de esto”. Recibido el Espíritu Santo, se lanzaron a predicar el evangelio por todas partes.

El creyente de verdad es, sin más, testigo de Jesús. Vive lo que cree y dice lo que vive. La fe es fundamentalmente un don de Dios, pero también un logro por parte nuestra. Si nos hacen un regalo muy valioso, envuelto primorosamente en papel fino y elegante, de nada nos serviría si lo arrumbáramos en cualquier lugar retirado de la casa y no lo abriéramos para gozar de él.

Así, la fe. Se nos infundió en el bautismo, pero quizás la tenemos dejada de lado en la vida diaria -familiar, profesional, etc.-, y si no la “abrimos”, es decir, y no la hacemos nuestra, no la incrustamos en nuestra vida, y no la gozamos ni la saboreamos, y es casi de “quita y pon”, como el vestido que llevamos… no será fe, sino rutina y costumbre.

Si así fuera, ¿de qué o para qué nos sirve?  No podríamos ser testigos de Jesús, que es a lo que estamos llamados. Pero, si estamos aquí, es señal de que queremos ser creyentes de verdad y dar testimonio, con nuestra vida y la palabra, de la presencia de Cristo en nosotros.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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