domingo, diciembre 22, 2013

IV DOMINGO DE ADVIENTO (A)

Hoy toda la liturgia está iluminada por la Virgen que está encinta: María esperando el nacimiento de su Hijo. La promesa de Dios que alimentó la ilusión y la esperanza del pueblo judío durante siglos, se vio cumplida de la forma más sencilla y sorprendente. Una mujer pobre y sencilla, en el silencio de una casita de Nazaret, lejos de los centros de poder y de riqueza del mundo, se prepara para dar a luz al Salvador del mundo.

Y cerca, José, su esposo. Un joven trabajador y buena persona (así lo dice el evangelio), que nos da ejemplo de respeto y fidelidad a su mujer, y de actitud abierta a Dios y a sus planes. No entiende del todo el papel que Dios le asigna en la venida del Mesías. Tenía sus dudas, no porque sospechara de su esposa.

Quizás intuye el misterio y quiere apartarse de María, porque no quiere usurpar una paternidad que no le corresponde. Pero él también entra en los planes de Dios; Dios se lo hace saber y José acepta convivir con su esposa María.

En verdad que son siempre curiosos y desconcertantes los caminos de Dios. Sus planes no son nuestros planes, sus caminos no son nuestros caminos. Allí donde menos era de esperar, allí, en el lugar más olvidado del mundo, en una mujer que no cuenta humanamente para nada, allí, Dios ha establecido su morada. Dios se presenta en este mundo, casi, casi, por la puerta de atrás, por el camino que nadie quiere recorrer, desde lo más bajo, desde lo más humilde, haciendo de los pobres sus primeros destinatarios. Dios se hace hombre en ese niño que va a nacer en el lugar más humilde de la tierra, en un pesebre, en un corral de ovejas.

El Dios que hizo el universo, que a todos nos maravilla con sus leyes inmutables, con su omnipotencia y su grandeza, ese Dios se desborda en su amor. Y toda la creación se para por un momento para contemplar atónita el misterio de ese amor que se hace criatura, carne, llanto, respiración, balbuceo, sonrisa y abrazo. 

Leo un párrafo de un sermón de san Agustín el día de Navidad. Dice así: “Mira al Niño en el pesebre. Mira al Creador convertido en criatura. Mira a Dios hecho hombre. Reposa en un pesebre, pero contiene el mundo. Se nutre de pechos humanos, pero es el alimento de los ángeles. Está envuelto en pañales, pero viste a los hombres de inmortalidad. No encuentra lugar en la posada, pero hace su posada en el corazón de los creyentes. Para que la debilidad se hiciera fuerte, la misma fuerza se hizo debilidad. El que hizo el mundo cabe en un pesebre. Grande en la forma de Dios, pequeño en la forma de hombre. Se dignó compartir nuestra mortalidad para que nosotros pudiéramos compartir su divinidad”.

Desde el momento mismo de su concepción Dios nos está enseñando a todos por dónde va, cuáles son sus planes, cuál es el camino de la salvación. Dios nos está mostrando a todos los que le buscamos dónde le podremos encontrar. Primero fijémonos en la Virgen: ella concibe por la fe, por la confianza en Dios. Nosotros también podemos concebir en nuestro interior a Dios si le aceptamos, si le acogemos, dándole toda nuestra confianza.

Y si Dios elige lo humilde, lo pobre, lo marginal, es allí donde tendremos que mirar, donde situar nuestro corazón y dirigirnos si queremos encontrarle. Primero haciéndonos nosotros también humildes, pobres ante Dios, necesitados de su ayuda. Y segundo, aceptar la causa de los pobres.  Solidarizarnos con todos los hermanos que lo pasan mal. Dios está allí esperándonos, en los corazones heridos, en las víctimas, en los desamparados, en todos los pobres de la tierra. 

Hermanos, preparemos la Navidad, preparemos nuestra propia Navidad, la de cada uno de nosotros, dejemos que la Palabra de Dios, crezca en nuestro interior hasta que un día ilumine con todo su resplandor nuestra vida.   

P. Teodoro Baztán

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