El Santísimo nombre de María
Y el nombre de la
Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura
y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el
lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva,
de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la
Madre de Dios no fue escogido al azar. Todos los siglos han
invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los
nombres de personajes bíblicos juegan un papel tan importante en el drama de
nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... la Madre del Salvador, tenía
que ser el más simbólico y representativo de su tarea en el mundo y en la
eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos
nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los
nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su
calendario.
España, fue la primera en solicitar y obtener de la Santa Sede autorización
para celebrar la fiesta del Santísimo Nombre de Maria. Y esto acaeció el año
1513. Cuenca fue la diócesis que primeramente solemnizó dicha fiesta, siguiendo
su ejemplo, en seguida, las demás, porque el amor a la Virgen Maria es
efusivo y prende con facilidad en terrenos de sincera devoción.
Fue el papa Inocencio XI, quien decretó, el 25 de noviembre
del año 1683, que toda la
Iglesia celebrara solemnemente la fiesta del Santísimo nombre
de Maria.
San Bernardo de Claraval en una oración dice así: No apartes
tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las
olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones,
mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición
o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira,
avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella,
llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus
miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los
peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María,
invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus
labios».
Deliciosamente narra sor María Jesús de Ágreda, en su
Mística Ciudad de Dios, la escena en la cual la Santísima Trinidad,
determina dar a la "Niña Reina" un nombre. Y dice que los ángeles
oyeron la voz del Padre Eterno, que anunciaba: "María se ha de llamar
nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que la
invoquen con afecto devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que la estimen
y pronuncien con reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán
en él remedio de sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los
encamine a la vida eterna".
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus
hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder
de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el
nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.
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