Apoyar a la hija embarazada
Fernando Pascual, L.C.
El no nacido como paciente
Cuando una hija queda embarazada, se
enfrenta a un mundo de responsabilidades y de problemas.
Entre sus muchas dudas y zozobras,
surge una y otra vez la pregunta: ¿cómo dar la noticia a los padres? ¿Cómo la
recibirán?
La hija embarazada siente necesidad de
dar la noticia a sus padres. No sólo porque tarde o temprano los padres
conocerán que han empezado a ser abuelos. El motivo es mucho más profundo:
necesita apoyo, comprensión, fuerzas para que los meses del embarazo puedan
transcurrir con la serenidad necesaria, de modo que pueda prepararse a las
tareas que le esperan cuando llegue el día del parto.
La pregunta sigue allí: ¿cómo dar la
noticia? Para ello, lo más importante es ver cómo están las fuerzas interiores,
cómo se siente ella misma para asumir la realidad: el hijo ya ha empezado a
existir. Hay “alguien” que depende de ella y que “pide” silenciosamente cariño,
alimento, protección. Es cierto que la vida del pequeñín
inicia en condiciones muy particulares, fuera de la vida matrimonial, fuera de
un compromiso serio y estable. Pero también es cierto que, con la ayuda de Dios
y de la familia, es posible asumir la propia responsabilidad y, sobre todo,
ofrecer amor al hij
Desde la ayuda de la fe y desde la
bondad del corazón, la hija embarazada podrá adoptar una actitud más serena y
una decisión firme a favor de la vida del hijo. Este es el primer paso, quizá
el más importante, a la hora de prepararse para dar la noticia a los propios
padres.
Luego, hay que partir de la propia
realidad familiar, pues cada familia tiene una fisonomía diferente. Hay hogares
donde la hija ha gozado de la plena confianza de sus padres y ha vivido en un
ambiente de armonía y paz. En otros, la hija se ha aislado, movida por el deseo
de llevar su vida en libertad, como si sus elecciones no fuesen importantes
para sus padres. En otros, los padres han fomentado un malsano
hiperproteccionismo que dejaba muy poca libertad a la hija y que la hacía
sentirse asfixiada en el hogar, o sumisa resignadamente a lo que se le mandaba.
Puesto que no todas las familias son
iguales, no existe una respuesta única que valga para una variedad tan amplia
de situaciones. En otras palabras, no hay un único camino para motivar a los
padres para que también ellos acepten que llega una nueva vida y que su hija
necesita más apoyo que nunca.
Supongamos que la familia es
profundamente católica, que cree verdaderamente en la bondad de Dios, que ama
la vida. Ello facilitará mucho la comunicación a la hora de abrirse a ellos. En algunas hijas de hogares católicos
puede surgir un cierto sentimiento de “haber fallado” a sus padres, de no haber
vivido las enseñanzas que le ofrecieron para llevar bien el noviazgo, sin
relaciones sexuales que van contra la ley de Dios y contra el respeto debido a
uno mismo y al otro. Pero esos mismos padres habrán enseñado a la hija, si son
verdaderamente católicos, que Dios es bueno, que perdona a quien ha tenido un
fallo, que ayuda después de la caída. La hija tendrá entonces el camino abierto
para saber que el perdón de Dios también le llegará, en cierto modo, a través
del perdón y del apoyo de sus padres.
En otros casos, y son tristemente
frecuentes, los padres tienen un barniz católico pero un fondo espiritual muy
pobre o, incluso, claramente pagano.
Aquí podemos encontrar dos subgrupos.
En el primero, los padres “católicos” reaccionan con una actitud fuerte de
condena, de rabia, incluso de desprecio. No faltan, por desgracia, padres de
familia que se declaran “católicos” y luego presionan a la hija para que
aborte. En esos casos, hay que rezar mucho por esos padres. De católicos tienen
sólo el nombre y poco más, porque no puede ser realmente católico el padre de
familia que desea eliminar al propio nieto, que cree defender su propio “honor”
o el de la hija cuando lo único que consigue es aumentar las angustias de quien
ha empezado a ser madre, cuando está instigando a la propia hija a cometer el
gravísimo delito del aborto.
Ante unos padres así, ¿qué hacer? La
hija no encuentra en ellos lo que más necesita. Peor aún, experimenta una
situación absurda en la que la fe declarada de sus padres choca con lo que
luego dicen y hacen. En situaciones tan dramáticas, sólo queda refugiarse en
Dios, orar mucho, pedir por ellos (nunca condenarles), y prepararse para un
embarazo que tendrá necesidad de una buena dosis de heroís. Habrá que buscar, entonces, ayuda en
algún otro lado: en los abuelos, en la parroquia, en personas de buena fe, para
ver cómo defender la vida del hijo. Si la situación es sumamente complicada y
no hay otro modo para superar graves problemas humanos o económicos, se pueden
ver maneras para que el futuro bebé sea adoptado por otra familia.
El segundo subgrupo de padres
“católicos” son los que se desentienden de la situación. Dejan a la hija con su
problema: que ella decida qué quiere hacer, pues si ha tenido relaciones y no
ha sabido “cuidarse” ahora tiene que afrontar las consecuencias. Le podrán
aconsejar, tristemente, que aborte; es posible que también le dejen abierta la
posibilidad de que siga adelante el embarazo. Quizá luego no la vayan a apoyar
mucho, pero respetan la libertad de la hija y descargan toda la responsabilidad
sobre ella.
Se trata de una actitud triste, de
desafección y abandono. Es cierto que no obligan ni presionan a la hija a
cometer el gesto atroz de eliminar a su hijo. Pero no le dan ese apoyo, esa
ayuda, que tanto necesita en su propio hogar, especialmente en un hogar que era
“más o menos” católico.
Como en el caso anterior, la hija
necesitará encontrar ayuda fuera de casa. Ahora que ha empezado a ser madre
necesita consejos y apoyos, para tener una fuerza interior que le permita dar
mucho amor a su propio hijo.
Existen más tipologías familiares.
Pensemos en un hogar donde los padres son totalmente ajenos a lo religioso.
Aquí pueden darse actitudes muy diversas: respeto hacia la hija, apoyo
generoso, rechazo, condena, amenazas y presiones para que aborte... La misma
hija puede haber vivido lejos de Dios hasta ese momento, o quizá con un
cristianismo bastante superficial e inconsciente. No es posible dar indicaciones para
cada caso. Pero hay un consejo que vale siempre, que ayuda en todas las situaciones:
recurrir de modo profundo, continuo, sereno, a Dios.
Es Dios quien nos ha dado la vida. Es
Dios quien nos acoge y nos ama profundamente. Es Dios quien ahora acompaña a la
mujer en esta nueva etapa de su vida. Es Dios el que mejor pueda ayudar a dar
la noticia a sus padres.
Sobre todo, es Dios quien suscitará en
la madre joven esa valentía profunda, que nace del amor y de la esperanza,
desde la que se dice un sí completo a la vida del hijo. Ese sí, como ya dijimos
al inicio, será siempre la mejor “plataforma” para hablar con los propios
padres, para darles una noticia que puede ser recibida de muchas maneras.
Con la luz y la fuerza que viene del
cielo, la hija sabrá preparar y motivar a sus padres para que la ayuden y la
acompañen en este momento tan particular de dos vidas (la suya y la del hijo).
Así los padres, si tienen un mínimo de humanidad, afrontarán la situación no
sólo como algo “difícil” o como un peso para la familia, sino como debe
afrontarse si hay cariño profundo y amor sincero: con la decisión de ofrecer lo
mejor de lo mejor a la hija y al nieto que ha empezado el camino de la aventura
humana.
Tomado de Fluvium.org
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